Por Luis Arce (@lsfarce) /// Fotos BigIdeas (OzCorp)
“Jesus died for somebody’s sins, but not mine”. Es la primera frase que escuchamos al comienzo de Horses, el álbum seminal de Patti Smith que englobaba una de las más efectivas y provocadores hibridaciones entre el rock y otras materias artísticas. Líricamente, Smith era mucho más “poética” que Morrison, mucho más agresiva que la escena punk licitada en el desencanto de melodías sencillas y ritmos poco trabajados; y claro, mucho más atractiva que las genéricas escenografías del género al cual se le ha suscrito. Y todo eso ocurre únicamente dentro de “In Excelsis Deo”. Para el momento en el que “Gloria” toma forma, la canción ya es encuentra tan bellamente nutrida de eficaces melodías, el desinteresado estilo de Lenny Kaye, y la consistencia de músicos que realmente no tenían una paridad competente dentro del rock-punk de la época (acaso Television).
36 años después, sólo podemos agradecer que ese espíritu permanezca intacto en la presencia de una mujer como Patti Smith. Tras la infatigable labor que involucra crear en cada álbum de estudio una reversión de su propia persona, existe también la coherencia de una persona cuya influencia trasciende cualquier categoría de álbum. Smith, como poeta, como músico, es simple vitalidad. La corrosiva energía de un interés intelectual y humano que vence por completo a las pretensiones de un género que supuestamente alimentó. No. Lo suyo es la culminación un estilo demasiado propio. Las características canciones de estructuras casi improvisadas que en conjunto con una especie de spoken-word crearon en la figura de Smith un paradigma que pocos se han atrevido a copiar, pero que ha sido reafirmado como uno de los estandartes más emocionantes de la historia del rock.
La resonancia de Patti Smith es su palabra. Si ahora mismo nos aplicáramos a reconocer un hilo conductor en cada frase, sólo hallaríamos una indeleble marca de estilo. Los temas, sobran, porque Patti Smith es, ciertamente, una provocadora. Y poco artistas insinúan en su música el talante de sus letras como lo hace ella. Desde su música busca efectos sencillos: la fascinación del baile despreocupado, elegantes disfraces armónicos para un caos interpretativo en cada instrumento; pero son las letras lo que consigue ese efecto de choque, señalan un contraste demasiado marcado entre su forma de concebir la música y la forma de representarla. Más que un ejercicio de spoken-word, lo de Smith es genuino orden del léxico, bastaría llamarlo poesía y colocarla junto a algunas de sus grandes influencias, como Allen Ginsberg o Gregory Corso; pero trabaja en terrenos recónditos de improvisación libre, su vocalización juega demasiado con cierto libertinaje actoral y es capaz de arrastrar las palabras hasta los terrenos de la melodía vocal sin perder por ello, su extraña rebeldía.
Empujada más por la emoción que por el discernimiento, Smith decidió que su presentación debía llevarse a cabo en los confines del Museo Diego Rivera Anahuacalli. Todo ello debido a una deuda sentimental con la obra plástica de Frida Kahlo, y el mismo Rivera. Después de ello, sólo puede comenzar una disposición completa por expresar en todo momento una conexión real con la alegría del público mexicano. Esa alegría, esa entrega, ese compromiso, fue lo que mostrado por Patti Smith durante casi una hora y media de concierto. Desde temas consagrados como “Because the Night” o “Free Money”; hasta pequeños espacios de suspensión en pistas como “Redondo Beach”. Afortunadamente las convenciones–si es que al referirnos a Patti Smith, podemos hablar de convenciones– aparecieron y el rock & roll pseudo improvisado que ha convertido a la música de Smith y su banda en lo que significan hoy día inundó cada aspecto del museo. El escenario, dispuesto como una galería de festival, era acompañado al fondo por una espléndida vista del museo. La iluminación permitió observar con detalle la comunicación tan presente en este tipo de músicos, y aportó atmósferas sumamente adecuadas para piezas como “Pissin on a River”, y “Peaceable Kingdom”, canción que Smith dedicó a los periodistas mexicanos asesinados en Veracruz.
En el fluir del concierto, pude comprender a qué se refería Patti cuando habló sobre la corriente estilística de la cual, supuestamente, forma parte. Horses, Easter, Radio Ethiopia, Dream Of Live, Twelve forman parte de una continuidad artística que le pertenece, como el concierto mismo al fluir decantado de influencias y convenciones estéticas afines. Rimbaud, Mozart, Television: la cultura, como el punk es puro conflicto. Sus efectos, dependen muchas veces, de ello. Por eso Smith no recita, canta; por eso su música no está escrita para ser interpretada, sólo caben dentro de ella, diferente instancias de la emoción. Así como la poesía modifica el discurso cotidiano de la palabra, el arte de Smith reta por completo el imaginativo cotidiano del punk y sus vertientes. Es un arte que fluye, desde la inmensidad de una inteligencia comprometida hasta el mundo con el cual desea conversar.
Es una persona alegre. A sus 65 años mantiene la emoción y jovialidad de un adolescente hiperactivo. Sonríe, aplaude y conversa, precisamente porque entiende que el diálogo pensado para establecerse entre ella y el público mexicano ha sido un rotundo éxito, y que este escenario: con ella, resguardando sus energías activistas en un mensaje mucho más enternecedor sobre nuestro derecho a ser, simplemente, humanos; y nosotros, las pequeñas personas que alguna vez admiraron su obra y se engrandecieron por ello; es una oportunidad que la vida no se permitiría repetir. A veces pareciera que el fluir de las personas, prepara los escenarios para que cada acto sea ejecutado a su debido tiempo. El público mexicano, en este caso, jamás estuvo tan preparado para recibir a Patti Smith y su banda como los artistas que son. Y ella, jamás estuvo tan preparada para contener esa emoción.
La alegría es algo inquietante. Por ello mismo desconcierta. Pero si el momento, y el lugar son los adecuados, si las personas son las adecuadas. Estaremos en uno de esos instantes, cuya composición parece un retrato demasiado vivo, demasiado obvio de la felicidad. No hay ruido de fondo, ni siquiera la posibilidad de pensar. En una posición como esta, cuando comienzan a sonar los acordes de la canción que referí al principio, no queda otra posibilidad excepto la de abrirse paso lentamente hacia el coro de la canción. Los impulsos suben progresivamente, entonces es todo comunión. Momentos como esos, son lo que pueden preservar y potenciar el infinito de un nombre. Lo que queda de una persona es aquello a lo que su nombre nos remite, para el caso de Patti Smith, el término correcto sería: Gloria.
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