Andrew Bird
Torreblanca
Por Luis Arce /// Fotos: Roja (Claudia Ochoa)
En lo que refiere a Andrew Bird como violinista, sólo podemos asegurar que se trata de un intérprete cuya singularidad ocupa un lugar legítimo en los recuerdos y emociones de los que se reúnen ahora en el Auditorio BlackBerry para escucharlo. “Hole” implica, por ejemplo, una ejecución difícil de olvidar; ahonda en diversos recursos y demuestra la cantidad de registros estilísticos que domina el artista. No es un intelectual del instrumento, pero conoce los tonos que harán de su presentación una estampa imborrable.
En lo que refiere a Andrew Bird como performer, es un tipo agradable, pero un poco miedoso. Pocos son los atrevimientos que realiza, y, puedo asegurarlo, es muy probable que él prefiera realizar esta clase de presentaciones en lugares más privados, más cercano al ideal de comunicarse el uno con el otro en habitaciones cerradas. Aquí, no. Aquí sólo ruido. Frecuencias de voces, tintineos de vasos que saludan otros vasos, y vasos, menos afortunados, que golpean el suelo dejando escapar el crujir atronador de un cristal que revienta contra un Line 6 DL4 Delay/Looper. Ciertamente existe eso; pero a la par se desarrolla una emoción tan natural que resulta imposible desatender el frenesí de gritos, suspiros, saltos y hasta bailes que ocasionalmente animan esto más de lo que el artista podría esperar.
Sin embargo, el entusiasmo se define por su posibilidad de contagio, por la virtud de emocionarse hasta el grado donde podemos producir más emociones y no preocuparnos demasiado por mantener la postura. Si se conduce a un concierto, o por lo menos, al ánimo de un concierto bajo los estamentos de la postura, y no los de la emoción, la imposibilidad de expresar algo novedoso marcará el resto del espectáculo. En lo que refiere a eso, Andrew Bird, lo hizo muy bien; como un buen ejecutante al que no se le escapa una sola nota. Es una lástima que eso ya no sea suficiente.
En lo que refiere a Andrew, como persona, aún se considera incapaz de mostrar y dar a conocer, lo que podría hacer en vivo, si tan sólo reconociera que su materia no es la inteligencia sino la emoción. Es música melódica, de atinados arreglos, y texturas de voz que podríamos entender como “comerciales”. Teniendo eso en cuenta, ¿por qué no respetarlo? Andrew Bird, tiene la fantástica habilidad de conducir a las personas por estados mentales llenas de sentimiento y parajes musicales en los que suprimir el factor sublime constituiría un error imperdonable. Sin embargo sucede. Sucede tanto que atravieso por momentos cierta dificultad para atender a la música, pues, en última instancia es una representación demasiado cuidada, aun cuando la música debajo exige cierta explosión, cierto –odio utilizar esta palabra– descontrol.
Como ustedes, imparciales lectores, habrán ya adivinado; no soy fan de Bird. No pretendo serlo. Lo reconozco, es demasiado bueno en lo que hace. Buen intérprete, buen compositor, y creador de tres álbumes sobresalientes al comienzo de su carrera. Sin embargo, aquello debería ser suficiente para mantener en vivo la libertad que hace de sus composiciones un buen lugar para estar, debería ser suficiente para compartir tanto los silencios como los alaridos con él, y, finalmente, eso debería ser suficiente para dar un concierto de la talla que involucra la venta de sus boletos, para los fanáticos, espero lo haya sido; yo, tristemente, pasé de largo. Me quedó con “Darkmatter”, cuya interpretación resultó, simplemente, soberbia.
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