Por C. Hadad (@HadadDosDos) /// Fotos BigIdeas (OzCorp)
Es interesante la forma en que las vivencias diarias influyen de manera significativa en el proceso creativo de un artista; desde crear algo totalmente creativo hasta algo totalmente burdo. La segunda opción se encuentra totalmente descartada para Óscar Coyoli (apellido paterno de origen náhuatl que significa cascabel), un personaje que ha generado un tremendo ruido en contadas personas a raíz de la creación de su proyecto Coyoli, un grupo originario del DF que presenta una peculiar mezcla de música folclórica con la francesa.
Una vez leí el comentario de un músico donde decía que no puedes tocar la música característica de un lugar si no creciste ahí, ¿pero qué pasa cuando te has educado desde pequeño con un género que no es el originario de tu país? Óscar recibió la educación de la música francesa por su padre, lo que provocó casi de inmediato escuchar la llamada “música culta”; algo que estuvo bien por un tiempo, pero al llegar a la adolescencia, y sin saberlo, necesitaba de algo distinto que respondiera a la energía que tenía en ese entonces. Fue cuando un amigo en la secundaria le presenta a Nirvana, la primera pieza de dominó que se tiró. Así fue como comenzó a exprimir casi todo lo que le llegara, pero con su origen, no sorprendió que se llegara a cansar. “La última banda que me gustó mucho fue Muse; después toda la música me comenzó a hartar, todo lo escuchaba igual, entonces fue cuando decidí escuchar de nuevo música clásica; ahí fue cuando me comencé a dar cuenta que todos los autores tenían referencias visuales para sus obras” comenta Óscar de manera tranquila sin que podamos sospechar el trasfondo de este comentario.
Óscar siempre quiso ser pintor, pero por distintos motivos optó por estudiar Diseño Gráfico, decisión que hasta la fecha le afecta, pero encontró el perfecto escape con el descubrimiento de estas referencias visuales en la música, “de repente se abrió un mundo que dije: no manches, lo visual está totalmente conectado con la música y tal vez puedo hacer algo así, podría estar en mis clases y pensar en música; es como si estuviera pintando todo el tiempo”.
Así es como surge el EP Una tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte donde “lo más lógico era hacer esas traducciones de pinturas que me gustaban y que me hacían sentir cómodo”; la traducción consistía en representar varios elementos de una pintura con los instrumentos, como el pasto o la brisa con la guitarra.
Un músico en la verdadera extensión de la palabra no repetiría la misma fórmula que le funcionó en un principio, “ahora fue de una manera más introspectiva, en vez de buscar las pinturas. Para el segundo EP, Bemót, estaba hecho un desastre, tenía muchos más problemas personales y yo me veía como esta bestia que destruye todo y que no puede mantener un buen lugar en la vida”. Era un hecho que no podía dejar atrás lo visual, así que, ¿de qué manera continuaba pintando como lo había hecho? “No puedo tener música sin visuales, no puedo concebirlo. Para este disco tenía el sentimiento, o imagen general de una ciudad en guerra, destruida como por esta gran bestia. Para la canción “Rena” me imaginaba como una imagen más medieval, todo destruido y el cielo gris. Trabajar bajo esas imágenes me resulta más fácil; empezar a tocar cosas y nada más esperar a que el sentimiento correcto hiciera clic”.
Esta melancolía es transmitida a través de toda su persona; en la forma de hablar y en sus presentaciones en vivo, las cuales son toda una experiencia, en donde se exige de un oído educado y mucha atención.
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