Por Alfredo Guzmán /// Foto: BigIdeas (OzCorp)
La última noche del grandioso Festival Aural de este año nos ha dejado algo fríos. Todo comenzó por el cambio logístico de la Escuela Nacional de Medicina al Centro Cultural del México Contemporáneo que afectó de forma significativa el sonido del concierto. El amplio espacio y las baldosas de mármol provocaron que por muchos ratos el sonido tuviera un molesto eco que no permitió disfrutar plenamente del evento. El segundo conflicto fueron los errores en la instalación de los equipos que produjeron retrasos en ambas presentaciones.
Las Brisas tardaron casi quince minutos en comenzar y el público comenzó a dispersarse por el amplio recinto. No obstante su concierto comenzó de gran forma con un ruido blanco balanceado con una voz en clave siniestra que poco a poco fue desarrollando una textura decantada en lo bailable. Las Brisas cuenta con un directo poderosos en el que las influencias que van del Noise y el Glitch al Electrohouse se expresan a través de ritmos eléctricos y oscuros. El proyecto suena de maravilla, coordinado y fluido, pero en lo personal, lo que más disfrute fue los primeros minutos en los que el sonido cercano al experimento creo una atmosfera más compleja y sublime que la dispuestas posteriormente que llevaron inevitablemente a lo bailable luminoso
Omar Soulyeman salió un poco mal encarado tal vez por su detención en el aeropuerto por cerca de cinco horas, o tal vez porque su rostro adusto no ha cambiado en los casi diez años que ha dado la vuelta al mundo exponiendo su mezcla de Raï y Dabke moderado por beats ochenteros y electros. El concierto fue pura diversión, gozo radiante plasmado en ritmos arabesco. Pero, como suele pasar en estos casos, fue más un acto de un divertimento exotista posmoderno más que por un deleite musical. La mayoría de los asistentes, incluyéndome, sabemos poco o nada del género de música de Souleyman así que nuestra experiencia es la un disfrute de la extravagancia más que del contenido.
El recreo folclórico expresado en los bailes de los asistentes, en especial los del final en la invasión del escenario, demuestran y exhibe lo cerrado que estamos ante este tipo sonidos y que tal vez en ello se nos diluya la crítica. Un asistente músico me comentó algo muy cierto: “Es muy divertido pero parece que es como el Rigo Tovar sirio”.
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