It Could Be Sweet:
Dummy de Portishead
Por Ernesto Acosta Sandoval
1994. El año en que el Britpop estalló. El año en el que ese grupo de jóvenes decidió tomar las riendas de su propio destino musical y glorificar las tradiciones británicas para hacerlas cool otra vez. Un año lleno de colores, cubierto con el Union Jack, cerveza, cocaína, guitarras y ritmos pegajosos. Un año de revalorar el sonido Madchester, ir a Glastonbury y corear himnos hasta quedar afónicos. Fue un año caótico y hermoso. Fue un gran año para ser joven.
Pero como toda historia, también hubo otro lado. Uno oscuro, sombrío y lluvioso. Por ese lado estaban todos los que no querían participar de este movimiento inflado por los medios, todos los que sabían que en la vida hay algo más que tres acordes, melodías saltarinas y embrutecerse cada fin de semana en el pub de la esquina mientras ves un partido de fútbol. En palabras de 3D de Massive Attack: “Los que no queríamos ser británicos”. Aun cuando estaban enclavados en el corazón de la isla, Bristol. Pero retrocedamos un poco. En 1991, Massive Attack había lanzado Blue Lines, un álbum seminal donde los haya. Uno de esos álbumes que no sonaban a nada y que estaba a años luz y en su propia galaxia. Blue Lines jugaba en una liga aparte, con su mezcla de Soul, Reggae, Dub, un poco de Acid House y casi cualquier tipo de ritmo generado electrónicamente. En dicho álbum nadie gritaba, nadie azotaba una batería y nadie hacía llorar una guitarra. Massive Attack había puesto la mesa para todos los que querían desmarcarse del rock o prácticamente cualquier ritmo afín.
Portishead @ Corona Capital 2011
Al mismo tiempo, en 1991 y en otra parte de la ciudad, Geoff Barrow, un DJ de la escena de clubes de Bristol, se había aliado a Beth Gibbons, una cantante depresiva con una voz única y peculiar y nace así Portishead, en honor al barrio que los vio crecer. Tres años después, el dúo reclutó a Adrian Utley y el ahora trío plasmó en Dummy todo lo que no querían hacer y más bien pusieron sus propias reglas. Si bien, el disco se emparentó con lo hecho por Massive Attack por el hecho de la fuerte carga electrónica que lo conforma, hasta ahí paran las comparaciones. Dummy bien podría ser el único representante de su propio género. La prensa, siempre deseosa de crear nuevos movimientos, bautizó todo como Trip Hop y los metió en el mismo cajón.
Dummy se desmarca de la influencia afro-antillana presente en los trabajos de sus paisanos para crear algo completamente inusual e irrepetible, en base a samplers (que ni lo fueron tan estrictamente: Barrow grabó en vinilo lo que quería samplear y luego se dedicó a “autosamplearse”) de soundtracks de películas de suspenso, ritmos gordos que rayan en el Hip Hop de la vieja escuela neoyorquina, guitarras chillantes sin necesidad de ser Grunge, scratching en primer plano a la usanza de los Beastie Boys. Todo, insisto, guiado por la voz de Gibbons, a veces susurrante e insinuante (“It Could Be Sweet”), a veces llena de desesperación (“Sour Times” y “Glory Box”), otras más juguetona y seductora (“Biscuit” y “Numb”). Dummy resultó un LP tan enigmático e inquietante como su portada.
A muchos años de distancia, Dummy se ha convertido en un objeto de culto. Se ha convertido en el soundtrack de tardes y noches lluviosas, en el sonido de un lunes por la noche más que de un viernes de desenfreno. La influencia del álbum es incalculable. Decenas de artistas se han nutrido de los once tracks que lo conforman, y quizá las carreras de Björk, DJ Shadow, Tricky, y hasta lo que Massive Attack hizo más adelante, no serían lo mismo. Portishead se convirtió en una banda esquiva y reticente de repetirse a sí misma (la hubieran tenido fácil): sólo otros dos álbumes de estudio y ninguna prisa por sacar algo más. Pocas veces nos podemos sentir tan afortunados de haber sido testigos de un lanzamiento así.
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