Don’t Leave Me Waiting Here:
El legado de los Beatles con Let It Be
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Hace algunos años Yoko Ono decidió zanjar de una vez por todas cualquier discusión respecto a su papel en la ruptura de los Beatles y dijo, palabras más, palabras menos, que el grupo era lo suficientemente fuerte como para que llegara alguien externo a quebrarlos. Paul McCartney también se ha curado en salud, a pesar de haber sido el primero en emprender acción legal para disolver la sociedad. John Lennon apuntó durante mucho tiempo a su alma gemela como responsable directo del final. George Harrison, como siempre, esquivo y enigmático en sus respuestas, necesitaba urgentemente salir del remolino que le chupaba la energía y la creatividad. Ringo Starr se dedicaba a ver los toros desde la barrera. Más allá del chisme y el cotilleo sobre qué fue lo que precipitó el final de la fuerza creativa musical más salvaje del siglo XX, habría que avocarnos a la música que es lo que nos ocupa en estas líneas.
RPM se ha dedicado desde sus inicios a hablar de álbumes relevantes, clásicos y fundamentales en la historia de la música pop. ¿Let It Be está a la altura de las obras antes discutidas en esta sección? Quizá no. Esta es, incluso, la primera vez que en RPM se aborda un disco de los Beatles. ¿Vale la pena que sea con un disco que nadie considera digno de sus creadores? Sí. Es lo que Hunter Thompson menciona en Fear And Loathing In Las Vegas respecto a la altísima marea que fueron los años sesenta. Let It Be es la marca de agua que indica el final de una era. Es la marea alejándose lentamente y regresando a su posición inicial. El mundo ya nunca sería igual luego de esos siete años en el que cuatro jóvenes tomaría a la sociedad por sorpresa. Let It Be encuentra a sus perpetradores viejos y cansados, incluso antes de cumplir los 30 años. Quizá sea el intento fallido por revivir la vitalidad de la banda en estudio al querer grabar todo en directo, el pesado tratamiento que Phil Spector hizo con el material que le cayó en las manos, pero lo que escuchamos en cada uno de los doce temas nos recuerda que nadie puede liderar al mundo y salir bien librado.
Claro que hay momentos brillantes y de pura felicidad sónica (“Two Of Us”, “I’ve Got A Feeling”), pero la tristeza y la decepción son las notas que abundan aquí (“The Long And Winding Road”), canciones que nunca hubieran entrado a ningún otro álbum por los estándares de calidad que la propia banda se imponían a sí mismos (“Dig A Pony”, “One After 909”, descartada desde su concepción en el, ya para entonces, lejano 1963). Let It Be suena a los cuatro miembros saliendo de la habitación, uno por uno, y pensando: “El último en salir apaga las luces”. Un poco como si fuera el reflejo de la sociedad respecto a los últimos siete, ocho, diez años. El amor, a final de cuentas, no lo pudo todo. Esa parece ser la lección y el legado que nos dejó la década más creativa, convulsa y complicada del siglo XX.
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