Spring is here again:
30 años de Nevermind de Nirvana
Por Ernesto Acosta Sandoval
Sabes que estás ante un disco que te va a cambiar la vida cuando el primer riff de guitarra que sale de las bocinas al momento en el que sueltas la aguja es el de “Smells Like Teen Spirit”. Kurt Cobain, ese nervioso adolescente que se refugió en la música para escapar de su realidad, hizo lo propio con su banda. Siempre he tenido esa impresión con Nirvana. Cobain, Novoselic y luego Grohl hacían el tipo de música que querían escuchar y grababan discos de los que ellos mismos se sentirían orgullosos de tener en sus colecciones. Y a veces perdemos de vista eso por la leyenda que se disparó luego del éxito masivo.
Cuando yo estaba más chavo y acababa de descubrir a Nirvana gracias al Nevermind, sentía que entraron de golpe con el inicio de la década a devolverle el filo al Rock. Sentía que los ochentas (que ni me tocaron vivir, en realidad) habían sido una década sosa y aburrida y que el grupo de Seattle le había dado terapia de electro shock al mundo entero a base de guitarrazos y gritos. Ahora sé que estaba equivocado aunque no del todo. Sí, los ochentas, sobre todo la curva final, habían sido un bajón y en el mainstream abundaban los peinados gigantes atascados de spray en aerosol y los maquillajes excesivos, la sobreproducción y los excesos barrocos de grupos de dizque Heavy Metal. Y, de pronto, Nirvana con su segundo disco hizo que todos voltearan a esa lluviosa ciudad del Pacífico Noroeste con un sonido que en apariencia no se parecía a nada, pero que en realidad era la interpretación y la canalización de las influencias de los miembros de la banda (Pixies, Sonic Youth, Dinosaur Jr, o Black Flag). Es más, la misma banda sabía que el álbum que los catapultaría a la fama sería comprado por las mismas masas que consumían lo que MTV les ponía en frente sin cuestionarlo. Cobain pensó en nombrar el álbum Sheep y escribió un disclaimer: “Because you want not; because everyone else is”. Todo en Nevermind es un statement: desde la portada que ha sido discutida y analizada hasta el hartazgo, hasta la estructura de las canciones (calma-distorsión-calma). Al mismo tiempo y, precisamente por eso, Nevermind se siente como una burla ante la pasividad del público consumidor y la misma generación a la que perteneció Cobain. Y sin embargo, la broma (por decirle de algún modo) se les salió de las manos y ya sabemos qué pasó: terminó siendo la bandera de un movimiento más bien endeble, definió a un género y a una generación, sus canciones se han convertido en estándares de bandas aspirantes de Rock y, hasta hoy, las repiten ad nauseaum en estaciones de radio y siguen vendiendo copias.
Puede que Nevermind tenga sus fallas (muchas según la banda) y hasta ellos mismos escojan In Utero como lo mejor que llegaron a grabar, pero Nirvana aquí le dijo a millones de chavitos que todo era tan fácil como tomar una guitarra, conectarla a un pedal y a un amplificador y dejar que la furia y el enojo y el ennui adolescente se exorcizaran. Millones de chavitos cuyas vidas fueron cambiadas por ese primer e irrepetible riff con el que el álbum arranca. Nirvana, a pesar de la ironía y la burla, hace que te sientas orgulloso de tener en tu colección un álbum con Nevermind, que le plantó cara al sistema y al mainstream al que inevitablemente ellos mismos se integrarían a finales de 1991.
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