I’m worth a million in prizes:
40 años de Lust For Life de Iggy Pop
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
David Bowie, ese vampiro cultural que donde ponía el ojo, ponía la bala. Ese hombre con un olfato y un oído privilegiados que sabía detectar talento en donde nadie hubiera volteado. A Iggy Pop lo había descubierto casi por accidente y gracias a Danny Fields y, como ya lo hemos dicho aquí, se lo llevó a Berlin para juntos emprender una odisea que incluiría desintoxicación (del ambiente de la música, de las drogas y de sus relaciones), creatividad brotando a borbotones y un ansia por comerse al mundo que resultaría en al menos cinco de los álbumes más influyentes del último cuarto del siglo XX. Apenas cuatro meses después de haber terminado la gira del primer disco que salió como resultado de su colaboración, la dupla lanzó un segundo dardazo aun más infeccioso y cargado que el anterior. The Idiot había sido Bowie experimentando con Pop a ver hasta donde el ex frontman de los Stooges lo dejaba llegar. The Idiot, en esencia, se sentía más como un disco de Bowie que de Iggy Pop. Las sesiones para grabar la continuación empezaron tan pronto como pudieron para agarrar el ímpetu que ya venían cargando desde inicios de 1977 y canalizarlo en nueve canciones amplificadas y electrificadas hasta el infinito.
Lust For Life fue grabado, escrito y mezclado en apenas ocho días con Iggy Pop y la banda que Bowie le armó grabando en sesiones maratónicas, sin dormir, sin comer. Pura energía pura. Decir que Iggy Pop regresó a la forma en la que estaba con los Stooges sería la salida fácil. Sí hay un poco de eso, pero también es un nuevo escape creativo que nadie sospechó que pudiera tener. Los Stooges eran la destrucción por la destrucción, la pubertad de un artista que no sabía qué hacer con la creatividad que estaba descubriendo. Lust For Life es un disco de Rocanrol que se siente más maduro y con un mayor control de sí mismo, y sin embargo, no deja de sorprender con el filo que tienen algunas de las canciones. y que están a años de luz de lo que lanzado hacía apenas cinco meses “Sixteen” es su momento más Punk. “Some Weird Sin” suena a que Iggy aprendió, por fin, a crear una melodía en medio del caos. “The Passenger” es aterradora en su estoicismo y quizá sea la canción más “alemana” en el álbum por su ritmo repetitivo y motorizado. “Turn Blue” y “Tonight” son una pesadilla de siete minutos, pero son la pesadilla de Iggy Pop, y no de Bowie como se llegaba a sentir por momentos en The Idiot. “Success” y “Lust For Life” es un Pop intimidado por todo lo que se le vino encima al ganar el reconocimiento que no sabía si quería, pero silenciado, en una por un estilo de llamada y respuesta que le otorga un aire diveritidísimo y juguetón, y en otra por unos tambores que retumban por todas las paredes de tu casa.
En el año en el que generalmente se considera que el Punk finalmente explotó, Iggy Pop vino a demostrar que él siempre estuvo ahí y que sólo necesitaba un pequeño empujón en el otro lado del mundo.
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