Peter Brötzmann’s Hairy Bones
Hernán Hecht
Por Luis Arce (@lsfarce) /// Fotos BigIdeas (OzCorp)
Mediante una especie de accidente, la comunión del lenguaje improvisado toma su lugar, su referencia, desde la inventiva de un sólo hombre. Peter Brötzmann es un profesional en materia de intuir el riesgo, su labor consiste prácticamente en jugar con él, divertirse, permitir que siempre exista un espacio para lo inaudito, lo inesperado. Pero ante todo, que dentro existan espacios de radical comunicación. El plan se ha gestado de forma sumamente atractiva desde 1968, y hasta ahora, es difícil encontrar un ejemplo donde la coherencia intelectual de Peter Brötzmann no conduzca su música hacia los confines creativos de aquellos que colaboran con él. De alguna manera, trabajar con Brötzmann supone una libertad interactiva única. Espera de sus hombres, lo mejor, y afortunadamente lo consigue.
Siempre he pensando que el free jazz es un género donde la comunicación de las personas alcanza grados de interacción que podrían bien llamarse comunión, comunión y acaso, desenfreno. Entre esos dos polos, ocurren gradaciones tan ejemplares de texturas que nadie podría salvarse; escucharlo significa estar inmiscuido.
Los músicos que pueblan este estilo van de la suma libertad y el terreno improvisado de ritmos complejos, hasta la completa algarabía, el horror de un cúmulo sonoro que avanza tan rápido y tan furioso, que sólo puede crear un contraste entre los espectadores y cada músico sobre el escenario. En esos contrastes, sucede un diálogo único, parecido al ruido, por lo mismo, fascinante. Una de las grandes virtudes de los géneros improvisados, sobra decirlo, es la hibridación de sus componentes; mutan, se entrelazan; de ser posible se destrozan.
Es posible que nunca se haya escuchado dentro de la ciudad una presentación que permitan tantas ondulaciones estrepitosas de creatividad, que permita tantos destrozos. Paals Nilssen-Love aparenta ser una persona más o menos corriente; pero si alguien escuchara su forma de tocar la batería desde una pared contraria; pensaría que aquello que suena es difícilmente una persona; es más probable que se tratase de una turbina. Como tal, es tempestivo, arrollador, hiperactivo. Se detiene únicamente para limpiarse el sudor. Bill Laswell procura en todo momento explorar las relaciones contrarias de lo que Love ejecuta: trabaja con la espacialidad de cada armonía, entrega, extrañamente un corte desafiante y arriesgado de su característico sonido. Si Nielssen-Love revienta el suelo con su constante expedición, Laswell mantiene esos ritmos en el aire.
En algún punto del concierto Toshinori Kondo responde a Brötzmann con las mismas notas que éste ejecuta en el saxofón. La claridad de su comunicación se ha hecho demasiado evidente, demasiado palpable, son casi palabras, gritos, sordinas. Una plática extasiada entre viejos amigos. Tal entendimiento sólo puede ocurrir cuando el conductor es hábil y el copiloto un sensato colaborador de la ocasión. Hay que estar dispuesto a chocar. Y Kondo, se desplaza entre el riesgo de choque y sus posibilidades para frenar. Es, sin embargo, de todos, el que menos piensa estrellarse. Se divierte y ríe con gracia, utiliza los característicos medio electrónicos de su estilo, interpelando y reconstruyendo el estilo de sus compañeros. Su definición es tomar el extremo de un tendencia melódica hacer eco en el extremo de otra, su sonido es puramente partícipe de su contario.
De pronto Brötzmann comienza a improvisar en soledad. El Teatro de la Ciudad está consumido dentro del saxofón y no lo contrario. Sobra decir que aquello fue mi momento favorito del concierto; no estoy seguro por qué. Hay algo que resuena de mi persona en aquel alemán solitario; el acto es sencillamente sublime.
En soledad Brötzmann es un creador sutil, imaginativo; cuando Nielssen-Love comienza a acompañarlo de nuevo, el sonido no crece, sólo se amplifica. Efectivamente, Peter Brötzmann manipula cierta intuición de conflicto, se apega a ella con la probabilidad de fallar, de no fallar nunca, de hacer todo lo posible, para obtener todos los resultados posibles. Es como meter quinta en un automóvil e intentar conducirlo por la ciudad sin cambiar nunca de velocidad. Esquivar y recrear. La lógica está clara, aprovechar cada cualidad de cada músico, para generar momentos de extrema originalidad. En el free jazz existe una comunión extraordinaria; sólo está permitido entablar relaciones de sensibilidad; cuestiones como la utilidad o la producción no tienen cabida.
Es un fenómeno curioso, si una persona parece divertirse más que nada con aquella labor que realiza, puede perturbar a los demás; pero nada más notorio que ser partícipe de aquella inteligencia. El pasado miércoles, en el Teatro de la Ciudad, Peter Brötzmann no sólo conjuntó a sus músicos en torno a su descabellada expresividad: su sonido accidentó el recinto. Todos los que estábamos adentro fuimos víctimas de ello.
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