And if the snow buries my neighborhood:
Funeral de Arcade Fire
Por Ernesto Acosta Sandoval
Cada quien vive su dolor de formas diferentes. Cada quien expresa el luto que trae dentro y carga con los muertos de las maneras en las que puede hacerlo más soportable. La música Pop es un terreno fértil para sembrar ese dolor y cosechar la alegría de estar vivos. Hace diez años, once personas que reunidas se hacían llamar Arcade Fire, decidieron que iban a expresar el gusto de haber compartido la vida con sus seres queridos de la mejor manera que podían hacerlo: tocando como si fuera lo último que hicieran en el mundo. No tanto como un tributo hacia sus abuelos, sus tíos y demás familiares que se quedaron en el camino durante el proceso de composición y grabación del álbum, sino como la manera de expresar la gratitud de haber estado con ellos. Y con eso, cambiaron el rumbo del sonido que había rifado hasta ese momento.
Para 2004, el revival del Punk, Post Punk, New Wave y demás que habían encabezado grupos como los Strokes y los Hives, ya se había estancado. Nada nos preparó para lo que Arcade Fire nos echó en la cara a finales de ese año. Nada, en ese momento, sonaba a lo que Funeral traía dentro. Guitarras, pianos, percusiones, mandolinas, violines: pomposidad y majestuosidad por todos lados, pero tocados con una honestidad, una humanidad y una cercanía al corazón que parecía haber quedado olvidada y sepultada por chamarras de cuero, kilos de gel y tennis Converse.
Funeral fue a los 00s, lo que OK Computer fue a los 90s. Ese cambio que hace revalorarnos como especie humana y que nos hace darnos cuenta que la vida es eso que pasa mientras todas nuestras angustias nos sobrecogen. Es una invitación a la fiesta, pero a una celebración que nos hace conscientes que vale la pena seguir adelante (“Wake Up”). Es volver la vista y recordar la inocencia que se nos fue de las manos (todas las “Neighborhoods”, en especial la #1 y la #2), pero que siempre es bueno tener presente, porque hay que preservarla (“Haïti”, “In The Backseat”). Es lamentarnos por los corazones rotos que hemos dejado en el camino, pero no importa: hay que sacudirnos la tristeza (“Crown Of Love”).
Si un álbum, durante sus 48 minutos de duración, nos hace darnos cuenta de todo lo anterior y nos hace querer salir a estar vivos, entonces vale la pena celebrar sus primeros diez, veinte, treinta años. Vale la pena estar a la espera de lo que sea que esta comparsa canadiense nos tenga que seguir ofreciendo por los años que le queden. Yo, aquí los espero.
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