A sleeping, slow despair:
Antics de Interpol
Por Ernesto Acosta Sandoval
Dice el lugar común que el segundo álbum es la prueba de fuego: o te superas o te entierras en el olvido. ¿Qué pasa con Antics de Interpol? Para quien esto escribe es un punto medio. Las expectativas estaban muy altas. Turn On The Bright Lights (2002) nos había volado la cabeza a todos. Dentro del revival Post Punk iniciado por los Strokes en 2001, Interpol había demostrado que estaba en otro nivel: sonaban a todo y no sonaban a nada. Sonaban a Joy Division, a los Talking Heads y hasta a Television, pero al mismo tiempo, caso raro, habían descubierto su propia voz por medio de acordes filosos, un vocalista cantando él solo y con un estilo tan profundo que recordaba a Ian Curtis en su momento más depresivo (circa Closer), un bajo que te retumbaba en el pecho y un baterista haciendo su mejor homenaje al motoryk de Neu! y, un poco, el Kraftwerk de Trans-Europe Express. Fueron de los últimos grupos en estar apadrinados y bendecidos por John Peel. No la tenían fácil para nada. Cualquier otro grupo se quiebra bajo ese tipo de presión.
¿Qué hizo Interpol? Le jugó a la segura, por fortuna y para deleite de su ya grande fanbase. Antics es una repetición de la fórmula del Bright Lights, pero sin sonar redundante ni falto de creatividad. El álbum es un volumen dos de aquel debut. Es como cuando George Harrison dice que Rubber Soul y Revolver son el mismo disco con diferentes canciones. Uno bien podría intercambiar las canciones entre los dos discos y sería difícil denotar en cuál viene cuál, y esto no es algo malo en absoluto. Los dos discos de los Beatles son obras maestras dentro de su discografía. Lo mismo pasa con estos dos álbumes de los neoyorquinos.
Las guitarras afiladas siguen ahí (“Narc”, “Length Of Love”), la angustia post-milenaria sólo se enfatiza en la, para este momento, depuradísima voz de Paul Banks. Dos guitarras, un bajo y una batería porque no se necesita más para expresar una ansiedad por salir a fiestear como si no hubiera mañana, por acabarse la noche (neoyorquina, mexicana, londinense o de cualquier capital contemporánea).
Diez tracks, letras mitad absurdas y crípticas, mitad llenas de significado heredadas directamente de los Pixies (“C’Mere”, “Slow Hands”, “Not Even Jail”), una introducción épica que nos dice que estamos seguros, que sigue siendo el Interpol que amamos (“Next Exit”) y una conclusión (“A Time To Be So Small”), igual de épica, pero que hace que cerremos el círculo que abrimos al poner la aguja sobre el primer surco. Interpol nunca volvería a sonar igual de potente, ni de explosivamente contenido.
Antics nos recuerda una época que ya no se va a repetir, pero a la que siempre podemos regresar para recordar que siempre, siempre, existirá un momento en el cual nos podemos sentir protegidos del vértigo que implica vivir en este siglo.
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