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20 años de Limbo de Throwing Muses
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
1998: A mis 14 años odiaba la escuela. No, de verdad la odiaba. Siempre hacía lo posible para no ir. Mi escuela estaba lo suficientemente cerca de Tower Records de la Zona Rosa y ese era mi lugar favorito para irme de pinta. Al menos dos veces al mes me pasaba la mañana completa ahí escuchando discos, leyendo cómics y revistas de música. En particular, duraba horas en la sección de Rock Alternativo de la planta baja de la tienda al grado de que el encargado ya me conocía de nombre. Casi nunca le compraba nada, pero me dejaba escuchar discos que no estaban en las estaciones de audio. Los ponía en el equipo de sonido de la tienda y me daba un par de audífonos. Alguna vez que por alguna extraña razón llevaba dinero, compré el Doolittle de Pixies por su recomendación. La siguiente vez que fui, el empleado me dijo: “Mira, nos llegó este disco hace poco, igual y te gusta. Son del estilo de Pixies. Hasta son amigos”. Puso en mis manos un CD desde cuya portada me veía la mitad de la cara de un hombre dibujado. Sólo decía LIMBO. Luego me lo arrebató, lo abrió y puso la tercera canción, “Freeloader”, que retumbó en las bocinas de toda la tienda. En ese momento sentí que se me abría una pequeña puerta en el cerebro. Una puerta que sabía que existía pero a la que nunca le había puesto atención. Hasta la fecha no podría describir lo que se movió en mí, pero nunca volví a ser el mismo. Ese fue el momento en el que descubrí a Throwing Muses y mi vida cambió para siempre. Me gasté todo el dinero que me había dado mi madre para comprar mi desayuno en la escuela en el disco y no me importó. Sabía que lo estaba invirtiendo en algo más grande que yo y que me redituaría más allá de lo entendible por nadie.
En una época pre-internet (al menos de fácil acceso) toda la información con la que contaba era lo que venía en el librillo de ese disco que había salido dos años antes. Kristin Hersh, Bernard Georges y Dave Narcizo se convirtieron en mis héroes. Las letras de Hersh me parecían (y me siguen pareciendo) impenetrables pero había algo en su manera de dejar todo en cada nota que me eriza cada poro del cuerpo. Unos meses después, en alguna computadora prestada, busqué toda la información que pude respecto a la banda que me estaba volviendo loco. Throwing Muses ya no existían, eran los pilares no reconocidos de eso que se llamó Rock Alternativo en aquellos años, Kristin Hersh había decidido hacer un último álbum (Limbo, mi Biblia personal) antes de declarar a la banda en bancarrota. ¿Cómo? Sentí que se me partía el corazón y que, por dos años, me había perdido de algo más grande que la vida.
Durante 18 años he vuelto una y otra y otra vez a estas doce canciones que me estremecen desde el primer riff en “Buzz” hasta la última nota de “White Bikini Sand”, pasando por el extraño erotismo contenido en “Tar Kissers”, el Stoner Rock de la canción que le da nombre al álbum, el misterio contenido en “Night Driving” y “Mr Bones”. Siempre que puedo intento convertir a alguien al gusto por estas Muses. No sé qué tanto lo haya logrado, porque la mayoría de las veces la gente me ve como si les estuviera hablando en otro idioma. He conocido a uno que otro fan del grupo y siento una complicidad íntima con ellos, como que el gusto y la clavadez que uno llega a sentir por Throwing Muses es algo que muy poca gente logra entender. Por eso es que hoy le dedico el RPM a celebrar los 20 años de este disco seminal, al menos para mí.
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