We walk like a ghost:
40 años de The Idiot de Iggy Pop
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Hay tres momentos clave en la carrera de Iggy Pop. El primero fue cuando Danny Fields, A&R de Elektra Records en ese entonces, escuchó a los Stooges por primera vez en 1969 y los llevó a la disquera para que firmaran contrato. El segundo fue en 1971 cuando el mismo Fields presentó a Pop con David Bowie en su departamento de Nueva York y Bowie quedó fascinado por la personalidad destructiva y agresiva del cantante de Ann Arbor, Michigan. El tercero sería cinco años después, cuando ambos músicos, hartos de todo y en un momento en el que ya no podían caer más bajo, abandonaron Los Ángeles y se recluirían, primero en el Chateau d’Hérouville en Francia, y luego en el gélido y gris Berlín dividido por el muro y que inspiraría tres de los mejores trabajos de la carrera de Bowie y las dos obras maestras de Iggy Pop solista. Angela Bowie lo pone en términos un poco menos idealizados: “Fue la luna de miel para David e Iggy. Era nauseabundo, un pendejo inglés y un patán americano que creían que los alemanes les iban a aplaudir todo lo que hicieran. Me daban asco. David e Iggy escogieron Berlín porque había más drag queens por metro cuadrado dando shows que en ninguna otra ciudad del mundo. La amistad entre David e Iggy era una amistad condenada, en la que le toleras cualquier cosa a la otra persona porque ya no tienes a nadie más. Me parece que decirles ‘decadentes’ es ponerlo demasiado amable”. Así las cosas para 1976. La verdad es que para ese momento, lo mejor que podían hacer los dos era alejarse lo más posible y verlo todo desde fuera y que las cosas empezaran a tomar otra perspectiva. No había otra manera. Bowie estaba sumido en la adicción a la cocaína y su matrimonio con Angela estaba al borde del naufragio. Iggy Pop vivía en los departamentos de sus amigas prostitutas de Los Ángeles con una adicción a la heroína cada vez más insostenible, los Stooges ya habían pasado su época de fama y gloria si es que la habían llegado a tener. Los dos artistas tenían que empezar de cero y reinventarse por completo. Del resultado para Bowie, ya hemos hablado aquí.
The Idiot es el eslabón faltante que podría convertir en tetralogía la trilogía de Berlín de Bowie. En su primer álbum solista, Iggy Pop se aleja por completo del huracán que eran los discos de los Stooges y parece estar cantando desde un planeta distante, mientras nosotros lo escuchamos en un radio de onda corta. Tony Visconti, el encargado de la mezcla del LP, dijo en algún momento que la labor para hacer sonar al disco presentable fue una tarea salvaje más que un proceso creativo. En The Idiot, Iggy Pop parece estar pasando por un desprendimiento absoluto de su yo real para enseñarnos a alguien alienado de la sociedad, de su entorno y de sí mismo (“Sister Midnight”, “Funtime”). Hay una sensación de pesadez, de estar arrastrando los pies mientras camina por las calles de su nueva ciudad adoptiva (“Nightclubbing”). Las canciones de amor provocan escalofríos y en ellas, Pop predice el Goth Rock de The Cure y Siouxsie & The Banshees (“Baby”, “China Girl”, que nada tiene que ver con la luminosa re-interpretación que Bowie le daría en Let’s Dance unos años después). Con The Idiot, Iggy Pop, con la mano en la cintura, parece estar dedicado a querer inventar géneros, como lo pone en “Mass Production”, la canción con la que el disco cierra y que se adelanta a Nine Inch Nails, a Ministry y a todo lo que se catalogaría como industrial en los siguientes años.
The Idiot es el sonido del futuro sin usar instrumentos del futuro. Valiéndose de una instrumentación de lo más básica (dos guitarras eléctricas, un bajo, una batería y de pronto por ahí una caja de ritmos perdida), David Bowie e Iggy Pop pusieron los planos para que los demás pudieran hacer música los siguientes años. El futuro, desde el 1976 en el que Iggy Pop estaba sentado, es aterrador.
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