Y sin embargo, no me voy:
El Silencio de Caifanes
Por Ernesto Acosta Sandoval
Los primeros discos de Caifanes conforman una trilogía que es más un testamento, una fotografía de la época y los cimientos para casi todo lo que se desarrollaría por estos lados en los años venideros. En 1992, Caifanes ya era el enorme fenómeno que sigue siendo y que sigue llenando el Palacio de los Deportes cada vez que se anuncia concierto. Para ese momento, ya había bandas tributo, ya sonaban en todos lados y eran la banda mexicana más popular del mundo hispanoparlante. Las canciones de los primeros dos discos ya eran clásicos y Saúl Hernández ya era esa figura enigmática y seductora que se necesita ser para convertirse en el frontman más reconocible del rock en México. Claro, esos dos álbumes le debían mucho a The Cure, o a Echo & The Bunnymen y nadie sonaba como ellos en aquellos años. Para Caifanes, la prueba de fuego vino en el tercer disco. ¿Qué hacer? ¿Para dónde voltear? Si en el primer disco homónimo, el Goth británico era lo predominante en el sonido de la banda, en El Diablito las influencias regionales comenzaron a medio asomarse y eso detonó en El Silencio, para enojo de muchos puristas. Aquí voy a dejar de lado las leyendas y los chismes de que el grupo estaba pasando un mal momento y que esto podría haber sido su última obra y todo eso. Aquí lo importante es la música y lo que hace que El Silencio sea la obra maestra de Caifanes y que a 25 años de su lanzamiento difícilmente sea superado.
Uno de los grandes aciertos que tiene El Silencio fue el cambio de productor. Adrian Belew vino a refrescar el sonido que Óscar López ya había hecho característico e inherente al grupo. Su influencia está presente en “Metamorféame”, “Piedra” y “Vamos A Hacer Un Silencio”, pero deja respirar a la banda. Belew no es un productor opresivo o sofocante. Regresando a “Piedra”, suena a Rock progresivo, pero no deja de sonar a Caifanes. En “Nos Vamos Juntos” se nota que Belew le aprendió algunos trucos a Visconti, Eno y Fripp cuando trabajaron para Bowie. “No Dejes Que…” pegó con bat de la manera en la que lo hizo por el sonido claro y prístino que salió de la conjunción entre una buena melodía Pop y -entre otras cosas- la manera de grabar una guitarra.
Pero nada de esto sería posible si las canciones no fueran genuinamente buenas. Hay una inventiva explosiva de la que Belew no es responsable. Saúl Hernández está un su mejor momento como vocalista y letrista, Alejandro Marcovich brilla como no había brillado en los otros discos y su trabajo en la guitarra es ingenioso y original (como en “Hasta Morir”) y Alfonso André se revela como el enorme baterista que siempre ha sido.
El Rock les empezó a quedar chico para este momento. El Rock como género parecía más bien una limitante que les estaba jugando en contra. “Nubes”, el final de “Piedra”, el riff y el ritmo de “Estás Dormida” o la inclusión de “Mariquita” como bonus track son los ejemplos perfectos de esto. Caifanes se va más allá del simple Mexican curious para sacar lo que traían dentro. Lo interesante de El Silencio es la manera en la que empieza a formar una identidad sonora del Rock nacional, una que haría enojar a más de uno por atreverse a desacrar las raíces del género. Pero ¿qué es el Rocanrol si no es cambio constante?
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