If you would know your time has come:
The Fat Of The Land de The Prodigy
Por Ernesto Acosta Sandoval
Hacia finales de los noventa explotó un género llamado Big Beat. Los asiduos asistentes a los clubes del Reino Unido ya estaban más o menos familiarizados con el estilo que devenía del House manchesteriano de finales de los ochenta y de la escena Rave de la época. El Big Beat consistía, a grandes rasgos, en prominentes percusiones, ritmos acelerados a más de 120 bpm, levantones y caídas en plena canción, sampleos vocales, bajeos distorsionados y, cuando había voces, un estilo remitente al Punk más gritón de finales de los setenta. La mezcla suena extrema, pero funcionaba, y las canciones nunca dejaban de tener un filo Pop, con melodías hasta cierto punto pegajosas pero inquietantes a la vez. La mezcla estaba lo suficientemente bien lograda para enganchar tanto a los chicos ravers como a los que gustaban de guitarras y baterías. El sonido atrapaba tanto a un fan de Heaven 17 como a uno de Oasis. El resultado de la mezcla fue un éxito apabullante y el género ayudó a definir el sonido de la electrónica del fin del milenio y se proyectó hasta nuestros días.
Pero como sucede siempre, hay alguien que destaca por encima de los demás. Alguien que hace todo aun más ruidoso, más escandaloso, más extremo y con menos preocupaciones por lo que los demás puedan opinar. Un trío de un pequeño pueblo de Essex tomó todo lo arriba descrito y lo amplificó a niveles ensordecedores en su tercer álbum de estudio. The Fat Of The Land de The Prodigy (o Prodigy, como aparece el nombre en la portada) es la obra cumbre de la banda, indudablemente, y quizá el punto más alto y el mejor ejemplo del género. Escuchar el álbum es como ir de bajada a toda velocidad por una pendiente en un auto sin frenos. No hay descanso en ninguna de las diez canciones que lo conforman. Es un conjunto de temas que se siente peligroso, pero atractivo. Es una explosión de serotonina y adrenalina que no puedes controlar y no quieres hacerlo. Esto es lo que se sentiría si alguien te abriera el cráneo y conectara tu cerebro a una fuente de electricidad impulsada por los beats de Liam Howlett y las voces de Keith Flint y Maxim Reality. Ni siquiera en los momentos “tranquilos” como “Diesel Power” o “Narayan” (con Crispian Mills de Kula Shaker como invitado especial) existe un momento de respiro. The Fat Of The Land es una motosierra hecha disco.
Por momentos, y visto muy superficialmente, The Fat Of The Land se podría sentir alejado y fuera de la realidad en la que estaban sus contemporáneos, pero no. El álbum es parte del zeitgeist, sólo que aquí la angustia pre-milenaria está potenciada a 140 bpm o más. Como si estuviera oculta a plena vista, camuflada por secuencias frenéticas y luces estroboscópicas.
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