Patti Smith en Casa del Lago:
El poder de la palabra y un corazón desgarrado
Por Patricia Peñaloza
@patipenaloza
“Estaba soñando mi sueño, acerca de algo brillante y justo, y mi sueño fue interrumpido, mas mi sueño permaneció con la forma de valles brillantes, donde había un aire puro reconocible, y mis sentidos nuevamente se abrieron, para despertar al grito de que la gente tiene el poder para redimir a los necios. Sobre los mansos llueven las gracias, se ha decretado: la gente manda. La gente tiene el poder, la gente tiene el poder…”, recitó al presentarse en el foro de Casa del Lago, el sábado 2 de septiembre a la 1 de la tarde, en su lengua natal, hablando fuerte y claro con manos, brazos y garganta, la poeta, cantante y artista visual estadounidense Patti Smith, icono histórico de la contracultura de su país.
Con la fuerza de una chamana iluminada, una guía espiritual, y con un halo permanente de hipnosis sobre poco más de dos mil feligreses, la jefa y madre del Punk literario blandió su manto de sabiduría y sensibilidad. El himno de su autoría, “People Have The Power” (escrita por ella y su esposo Fred “Sonic” Smith en 1988 para el disco Dream of Life), sonó distinto así declamado, sin notas musicales, con el poder sonoro de la palabra arengadora que corta el aire cual cuchillo, ante alaridos de decenas, en su mayoría veinteañeros, identificados con el alma perennemente joven de la andrógina irruptora que sorprendiera al mundo al aparecer el emblemático álbum Horses en 1975.
Instando a que tomemos el poder como pueblo, cual en discurso popular continuo, con voz profunda, la poeta llegó para clavar su presencia cual estaca sobre el escenario, el cual dominaría durante hora y media. Lo que prometió ser una mera sesión de lectura del poema Hecatomb, escrito en 2012 tras leer la novela 2666 del escritor chileno Roberto Bolaño (a decir de ella, la primera obra maestra del siglo XXI), se fue transformando en un concierto acústico a pura guitarra y voz, al lado de su escudero de toda la vida, el guitarrista Lenny Kaye.
Bolaño, Mapplethorpe, Diego y Frida
Cuando aún la audiencia, rodeada de aire fresco y el apacible Lago de Chapultepec, no sospechaba que más adelante la música dominaría el encuentro, Patti Smith recordó que estaba ahí gracias al programa Sesiones del Café La Habana, como parte del cual, el jueves inauguró una exposición fotográfica propia, también con lectura y música, ante escritores e invitados. Recordó el 1º de septiembre había “develado” un espectacular / instalación en Sonora 128 y “New Lion”, dijo bromeando en inglés, como propuesta de un proyecto de la galería mexicana Kurimanzutto (responsable de traerla a México). En conferencia de prensa, también un día antes, había dicho que los cafés eran su lugar favorito, y que le conmovía exponer en el Café Habana donde habían departido Fidel Castro, Ernesto Che Guevara, y sobre todo ese narrador con el que se siente hermanada: el citado Bolaño (1953-2003), avecindado por mucho tiempo en México, quien también llegó a acoger la Casa del Lago como un espacio importante de su formación.
De vuelta al espectacular que exhibirá hasta noviembre una frase poética de su autoría en la Condesa, leyó un fragmento de su libro Just Kids (2010), en el que ella y su pareja en los años 70, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, acuden a ver el desplegado de John Lennon y Yoko Ono: “War is over! If you want it”. Luego, también en memoria de Mapplethorpe, quien murió en 1989, cantó la bellísima “Wing“, de ese portento de disco llamado Gone Again (1996), no tan conocido entre la banda, pero sí de culto entre sus fans.
Llegó uno de los momentos más sentidos de la tarde: recordó a los 43 normalistas de Ayotzinapa, y a capella dedicó “Mothers of the Disappeared“, de U2, “a esas madres que siguen buscando a sus hijos: si bien no puedo hacer que ellos regresen, sí puedo guardarlos en mi corazón”. La conmovedora convicción de su canto y su dolor, hizo derramar lágrimas en muchos presentes, en absoluta comunión con la causa recordada: “Hear their hearts beat, hear their hearts beat…” repitió en el coro, para al final afirmar con gravedad: “We remember!”. Para continuar con el ánimo de mantener vivos a quienes se han ido, cantó “Ghost Dance“, de su clásico álbum Easter (1978).
Entonces llegó el bloque Diego Rivera / Frida Kahlo, artistas mexicanos a los que Patti Smith admira desde su juventud. Relató que fue a ver los murales del pintor en la Secretaría de Educación Pública y que notó algo muy particular: la constante presencia del color rojo, por lo cual, dijo, ella que siempre se viste igual, con camisa blanca, chaleco y saco, para esta ocasión se había puesto una playera roja. Entonces leyó un poema escrito un día antes, de tal nombre: “Red”. Después contó que en 2012, al ser “atacada por la venganza de Moctezuma” en México, estuvo enferma y le fue permitido recostarse en la cama que fuera de Frida Kahlo; desde ese lecho, observó las mariposas contenidas en un retablo que le regaló a la pintora el artista Isamu Noguchi, colocadas en lo alto para que aquélla, quien ya no podía levantarse, pudiera verlas y sentirse libre. Patti Smith se conmovió y escribió la canción “Noguchi’s Butterflies“; el manuscrito fue entregado a la Casa Azul, pero olvidó guardar una copia. Al volver en esta visita, preguntó si aún lo tenían. Para su sorpresa, la letra ya había sido plasmada en las paredes. Así que la poeta le tomó una foto con su celular, y leyendo del aparato, cantó a capella la linda melodía. De manera mágica, sin ser una canción conocida, el público cantó varias veces el coro sonoramente, como si se supiera la canción desde siempre: “I dream, I dream, I dream of the butterflies”, se escuchó en vaivén, a modo de arrullo del alma. La piel chinita se volvió una constante.
Hecatombe y Juan Villoro
Los alaridos entre jóvenes que habían llegado al lugar desde las 6 de la mañana (aunque era de entrada libre, fue de cupo limitado), estallaron cuando la “madrina del Punk” cantó la afamada “Dancing Barefoot” (del Wave, 1979). Después entonó “Graceful” (del Gung Ho, de 2000), siempre agradecida, y “My Blakean Year” (del Trampin’, de 2004).
Llegó el momento estelar: la lectura del poema Hecatomb, pretexto para este amplio recital, con una sorpresa: quien lo leería en español no sería su autora, sino el escritor mexicano Juan Villoro, quien tras un abrazo efusivo con la cantante, dijo sentirse muy nervioso pero también honrado, mientras esbozó una breve semblanza del autor de Los Detectives Salvajes, Roberto Bolaño. Smith y Kaye abandonaron el estrado y lo dejaron con la audiencia: “Hablaste de una hecatombe espiritual / el sacrificio de cien bueyes / en ofrenda al Oráculo / el Dios de la verdad / la poesía y la música…”, comenzó sonoramente, seguido de otras muchas imágenes apocalípticas, mientras al fondo se proyectaba la letra, para su total comprensión. 100 líneas en total.
Grito de libertad
Patti Smith volvió y la música ya no pararía. Sonó la hermosa “Beneath the Southern Cross“, también del Gone Again, dedicada al gran dramaturgo estadounidense Sam Shepard, recién fallecido, primer impulsor de su carrera. Dijo que en ese momento se llevaba a cabo un homenaje en Kentucky a su memoria: “Alguna vez él y yo prometimos hacer un viaje de carretera por México, pero nunca lo hicimos; ahora estoy aquí en vez de estar allá, de alguna forma cumpliendo esa promesa”. Al final de ésta, pidió a todos levantar sus manos y agitarlas. Todos obedecieron. En medio de la agitación, enfebrecida, grito: “¡Sientan la vida corriendo a través de sus manos, sientan su espíritu creativo, sientan su libertad!” ante el éxtasis comunitario.
Vino entonces su canción más comercial, original de Bruce Springsteen, “Because The Night“, del Easter, ante el desgañite enfermo del respetable, la cual dedicó a su esposo, fallecido en 1994. Salió y volvió para rematar con un cover a “Can’t Help Falling in Love“, popularizada por Elvis Presley, y cerró como empezó, con “People Have The Power“, ahora sí cantada. Los corazones de todo ser presente se agitaron inmensamente, conmovidos tras ser contagiados, ungidos, por la voz potente de una artista como pocas, que sigue cantando y haciendo latir con convicción cada palabra que pronuncia. Al despedirse, selló la comunión, ante una ovación incontrolable que la llevó a las lágrimas, con esta frase: “¡Recuerden! ¡Usen su voz! Y no lo olviden: ¡siempre han sido libres!”
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