Take the chapstick, put it on your lips:
El debut de Vampire Weekend
Por Ernesto Acosta Sandoval
A principios de 1984, Paul Simon estaba atravesando uno de los momentos más difíciles de su carrera. Sus ventas habían sido decepcionantes, la reunión con su antiguo compañero Art Garfunkel no había resultado lo que esperaba, y en general, estaba pasando por un bache creativo. Luego alguien le roló un cassette con música sudafricana y se lanzó a dicho país a reclutar talento local y grabar. Un año y medio después, Graceland vio la luz. Uno de los mejores álbumes de la década, y su disco más exitoso en lo crítico y en lo comercial. Por supuesto, no estuvo exento de algo de controversia. Algunos lo acusaron de apropiación cultural, de explotar desde su privilegio a músicos que la estaban pasando mal. Niño rico neoyorquino que se valió de los desvalidos para revitalizar su carrera.
Corte a 2008. Cuatro chavitos también neoyorquinos, todos estudiantes de universidades de la Ivy League, vestidos con ropa de diseñador y con una actitud pulcra y deslactosada lanzan su álbum debut homónimo. ¿Qué tan en serio se podría tomar a una banda como Vampire Weekend? Mucho, si se pasa por alto la superficie inocua que proyectan Ezra Koening, Rostam Batmanglij, Chris Baio y Chris Tomson. En su primer LP, la banda hace algo parecido a lo que Simon hizo en el 84-85. Toman percusiones africanas, ritmos sincopados, referencias a Peter Gabriel, anécdotas de su vida universitaria, burlas hacia sus compañeros (“Mansard Roof”, “A-Punk”, “Oxford Comma”, “Campus”, “One [Blake’s Got A New Face]”). Lo mezclan todo, lo agitan perfecto, y logran salir bien librados de ser unos simples niños sobre-privilegiados apropiándose de cosas y trucos que están a millones de años luz de sus cómodos departamentos en Manhattan. A diferencia de lo que dice el coro de “Cape Cod Kwassa Kwassa”, esto no se siente antinatural. Hasta les agradeces que se hayan tomado su tiempo para armar este mazacote de influencias tan bien confeccionado como una gabardina Burberry. El de Vampire Weekend (el álbum) es un Pop perfectamente armado al que por ningún lado se le notan las costuras. A diez años de distancia, la influencia y el ruido que generó es palpable en el cartel de casi cualquier festival que se voltee a ver. Muchas de esas bandas indie-pop-buena ondita le deben todo su sonido, y hasta su fanbase, a estos cuatro muchachos.
Hace un par de años, después del lanzamiento del tercer álbum de la banda, Rostam Batmanglij anunció su salida de Vampire Weekend. El año pasado Batmanglij lanzó su primer álbum solista. Al escucharlo, me alegré porque es un gran disco, pero también sentí que con su salida, su banda originaria nunca iba a volver a ser la misma. No todo puede durar para siempre, pero por fortuna, siempre tendremos este debut (y los dos discos que le siguieron) como muestra de que el Pop puede ser emocionante, divertido y juntar todas las influencias posibles para entregar algo plenamente original sin sonar a que se las están robando descaradamente.
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