My mind split open:
50 años de White Light/White Heat de The Velvet Underground
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
A mediados de 2013 me encontraba en Nueva York, en la recta final de un viaje larguísimo y complicado en todos los aspectos que me había llevado por varias ciudades de Estados Unidos. El país me había rebasado y había conocido varios de sus aspectos más oscuros, pero también me había sumergido en mucha de su cultura que, desde siempre, había permeado mucho de mi gusto hacia la música y el arte. El último día de mi estancia en la última ciudad de mi travesía, había caminado desde el Downtown de Manhattan hasta el extremo norte de Central Park, cerca de donde comienza el Uptown. En el ínter, crucé Tribeca, Chinatown, y Little Italy. La ciudad no había causado mayor impresión en mí, quizá por mi estado anímico. Me parecía que había llegado tarde a una ciudad que siempre me había llamado la atención. Que la diversión se había terminado años, tal vez décadas, antes, que La Ciudad que Nunca Duerme se había sanitizado y se presentaba como una atracción turística de 784 km2. Por ahí del mediodía, entré al Greenwich Village, ese pequeño barrio mítico entre la calle 14 y Houston, que en los sesenta fue semillero de escritores, artistas, músicos, pintores y que ahora se encuentra completamente absorbido por la gentrificación, los precios exorbitantes y los restaurantes de comida orgánica. Un poco hastiado, entré a lo que siempre entro cuando estoy en una ciudad nueva: una tienda de discos en la calle Thompson, a la vuelta de donde Bob Dylan y Suze Rotolo caminaron tomados del brazo para la portada del segundo LP del cantante. El lugar era inmenso y yo no sabía ni por donde comenzar. Después de un par de horas de estar hurgando entre los cajones de discos usados y nuevos decidí: “Es mi último día, la ciudad no ha sido lo que yo esperaba, pero tengo la música, me voy a llevar un disco que tenga la esencia de este lugar, algo que apeste a Nueva York por todos lados, algo que no haya podido salir de ninguna otra ciudad del mundo”. De inmediato supe qué buscar. Unos minutos después estaba pagando una copia del segundo LP de The Velvet Underground, White Light/White Heat. La portada negra brillaba en mis manos, como reafirmándome que, no importa lo que suceda, el Rocanrol siempre estará ahí.
¿Por qué escogí este disco y no otro, aunque fuera de la misma banda? PorqueWhite Light/White Heat es el despertar real de Lou Reed, John Cale, Sterling Morrison y Maureen Tucker ya sin la tutela de Andy Warhol y sus imposiciones. En su álbum anterior, The Velvet Underground, si bien entregó una obra de arte completa, no se sentía como algo propio. Aquí, la banda ya no son ese objeto que Warhol puso sobre un escenario para lucir como una obra suya, sino que encontraron su propia voz y no tuvieron miedo de ver qué resultaba de subirle a los amplificadores y escupir los sonidos del día a día que vivían en Nueva York. Parecen otra banda, casi por completo. Suenan peligrosos, desquiciados, desafinados, neuróticos, atemorizantes, y todavía más sexuales que antes. Como Nueva York en 1968. La aguja cae sobre el primer surco y todo entra de golpe. La canción que le da título al disco es un golpe eléctrico, como si metieras un tenedor a un enchufe. “The Gift” es un aterrador cuento de Lou Reed leído con una parsimonia que le otorga una cualidad aun más inquietante. La sensibilidad Pop que pudiera asomarse en su álbum debut de unos meses antes, aquí apenas está presente en una canción como “Here She Comes Now”, pero sólo hace falta voltear el LP, y el lado B es un aquelarre de cacofonía casi inasible, y sólo necesitan dos canciones: “I Heard Her Call My Name” (con Reed y Morrison haciendo una competencia de a ver quién le saca el sonido más agudo a su guitarra) y “Sister Ray”, una épica Punk de 17 minutos que te deja atornillado a tu asiento sin saber cómo reaccionar ante las historias de prostitutas, drogadictos, y drag queens que Lou Reed medio mastica.
White Light/White Heat, como su predecesor, pasó casi desapercibido en su lanzamiento inicial. Pero, al igual que aquel, los frutos que cosechó fueron espléndidos. White Light/White Heat forma parte de ese álbum de fotos que capturaron a una ciudad que nunca volverá, que se perdió con el tiempo, pero a la que se puede volver siempre que uno ponga el plato sobre la tornamesa, deje caer la aguja y se deje electrocutar por estas seis canciones.
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