Sitting here wishing on a cement floor:
Surfer Rosa de Pixies
Por Ernesto Acosta Sandoval
Steve Albini dice que no tiene idea de en cuántos discos ha trabajado, cree que alrededor de 1,500. A Steve Albini no le gusta que le den crédito de productor, prefiere aparecer, si acaso, como “grabador” o “ingeniero”. Si uno se pone a buscar su currículum, encuentra que PJ Harvey, Nirvana, Godspeed You! Black Emperor, Mogwai, Manic Street Preachers, Bush, Jarvis Cocker, y muchos más, han hecho uso de sus servicios en las consolas. Su estilo es crudo, directo, como para darle la impresión al escucha de estar ahí, con la banda. No tiene grandes trucos, no mete arreglos externos y deja que el sonido orgánico de a quien esté grabando hable por sí mismo. Las guitarras tienen que sonar a guitarras, los bajos no están ocultos, las baterías suenan a lo que suenan un montón de tambores aporreados por un par de baquetas. Las voces nunca están por encima de la mezcla. Nadie tiene protagonismo cuando se graba con Steve Albini. Su carrera comienza a mediados de los ochenta y no se ha detenido.
A mediados de 1987, Ivo Watts-Russell, fundador de la mítica disquera 4AD tuvo en sus manos un cassette de una banda de Boston. No supo qué hacer con él hasta que un día salió a caminar, walkman en mano, por Nueva York y todo cayó en su lugar, como las piezas de un rompecabezas. Los metió a grabar un EP, Come On Pilgrim, como para encancharlos y prepararlos para lo que vendría. Meses después, juntó a su más reciente descubrimiento con Albini y la mezcla fue mágica. De esas que suceden una vez en la vida.
Surfer Rosa, el primer álbum en forma de Pixies, en manos de cualquier otro productor (o ingeniero, o grabador) hubiera tenido resultados muy distintos y dudosos. Pero Albini supo atrapar y encapsular el sonido tan peculiar de esta banda que no sonaba a nada y llevarlo a buen puerto. Las trece canciones del álbum suenan desenfrenadas porque nadie quiere ser domado aquí. Dave Lovering destroza su batería para darnos la bienvenida en “Bone Machine”, Black Francis grita “Something Against You”, Kim Deal (que aquí aparece como Mrs. John Murphy) vocaliza cada palabra y cada letra de “Gigantic” mientras acaricia su bajo, Joey Santiago dirige a la banda entre riffs macizos pero juguetones durante “River Euphrates”. Y eso es sólo el lado uno. Al darle vuelta al LP, “Where Is My Mind?” nos hace entender que los Pixies no son de este planeta. Las letras son herederas directas del flujo de conciencia surrealista de los treinta, y cuando llegan a tener sentido, tocan temas escabrosos (incesto, enfermedades venéreas, referencias bíblicas apocalípticas). No hay un punto de comparación con ninguna otra banda contemporánea, difícilmente se puede encontrar un anclaje con algo previo. ¿Qué es esto? ¿Punk? ¿Rock? ¿Pop? ¿Hardcore? ¿Surf? Con razón Watts-Russell no sabía ni qué hacer con ellos. Incluso, hoy, a 35 años de su debut, Pixies es una banda imposible de clasificar. Y tampoco es como que les haga falta.
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