Nobody pray for me:
el Pulitzer de Kendrick Lamar
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Las condiciones para que una obra musical gane el prestigioso Pulitzer dicen que se le tiene que otorgar a “una distinguida composición musical hecha por un norteamericano y que haya sido presentada o grabada en los Estados Unidos durante el año anterior”. Desde hace setenta y un años se ha otorgado sesenta y siete veces, declarándose desierta en 1953, 1964, 1965, y 1981. Entre los ganadores destacados están Wynton Marsalis, Melinda Wagner, Ornette Coleman, Steve Reich y Wayne Peterson.
El gusto de la Fundación Pulitzer, como se puede ver, oscila entre el Jazz, la música de cámara, y ya cuando muy aventureros, se lo han dado a uno que otro compositor avant-garde. Como todos los premios otorgados por un cerrado grupo de académicos, estudiosos, y/o especialistas, no está exento de controversia. Por eso sorprendió que este año el beneficiario fuera un rapero de Compton, quizá uno de los barrios más olvidados de todo Estados Unidos. Un hombre de treinta años que, fuera de la academia, fuera de cualquier círculo “intelectual”, ha puesto a todo el mundo a sus pies. Sorprende porque, como suele suceder también, el reconocimiento no llega en su ocaso, sino en este momento cumbre que está viviendo y del que somos afortunados de ser parte.
Kendrick Lamar Duckworth, y su obra DAMN., son una fuerza de la naturaleza. Representan a una parte de la sociedad norteamericana históricamente ignorada por los mismos que lo premiaron esta semana. Por eso es un logro y un acontecimiento. Nadie, ni DJ Kool Herc, ni Run DMC, ni Afrika Bambaataa, ni NWA, ni Public Enemy, se imaginaron que esto pudiera suceder cuando ponían a girar discos y tomaban un micrófono en fiestas clandestinas, o cuando los arrestaban por obscenos. Vamos, ni actores recientes en el mundo del Hip Hop, como Kanye West, Chance The Rapper, o quien se les ocurra, vieron venir esto. DAMN., la obra por la que el premio le fue otorgado, además, no es un objeto fácil. Es un reflejo de la época en la que vivimos, es un statement con todas sus letras, es un cóctel molotov lanzado por alguien que está enojado y tiene todas las razones en el mundo para estarlo, y que tiene todos los elementos para ponerle los pelos de punta a quien le quede el saco. Pero los que seguíamos a Kendrick desde good kid, m.a.a.d city ya sabíamos de lo que este hombre era capaz. Ahora les toca a esos que se hacían de la vista gorda, sentarse, callarse y aprender a ser humildes. Hoy, Kendrick Lamar tiene todo para no sentirse así.
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