I never said I ever wanted to be a man:
15 años de Elephant de The White Stripes
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Jack White es un purista. Del sonido, de lo análogo, de la interpretación, de la grabación, hasta de la distribución de su música y de gente allegada a él. Incluso se podría decir que nació en la época equivocada. Me lo imagino feliz en los años cuarenta descubriendo a oscuros músicos de Blues, grabándolos y dándolos a conocer. También me lo puedo imaginar siendo parte de la primera generación de pioneros del Rocanrol a principios de los cincuenta. En estos últimos años, además de sus grabaciones solistas, ha formado un imperio al que ha puesto por nombre Third Man Records: un estudio de grabación y disquera en Nashville (de todos los lugares) que también podría pasar por acervo sonoro y fonoteca del sur de Estados Unidos. Esta parte de su carrera ha sido posible, en gran parte, al éxito que obtuvo con el cuarto álbum en su etapa como frontman de los White Stripes y que hoy nos ocupa revisar en su 15 aniversario, Elephant.
Los White Stripes siempre se cocieron aparte, aunque los intentaran meter en el mismo cajón que a las demás bandas del revival Punk y Post Punk de principios del siglo XXI. Acaso, el punto en común que tenían en común con los otros era el uso preponderante de las guitarras y un sonido áspero y callejero, pero mientras unos buscaban sus raíces en el asfalto de Nueva York, los White estaban enraizados en los bares y las carreteras del delta del Mississippi. Su esencia era más pura, menos bastardizada, no necesariamente mejor, pero sí hacían que sus escuchas no se quedaran en la superficie. Es por eso que no deja de sorprender que Elephant se convirtiera en el trancazo en el que lo hizo en 2003. Sí, White Blood Cells, dos años antes, les había dado una probada de éxito y quizá por eso les fue posible hacer lo que hicieron con su siguiente esfuerzo. Porque Elephant no se aleja demasiado de la estricta fórmula que habían seguido hasta ese momento: no más de tres instrumentos por canción (casi siempre guitarra, piano y batería), voz, blues, folk y un poco de garage, pero sí tiene melodías más amigables. “Seven Nation Army” se convirtió en la canción definitoria de la primera mitad de la década pasada, sin dudarlo dos segundos, un extraño himno de Rock de estadio que no cumple con ninguna de las características tradicionales para hacerlo; “I Just Don’t Know What To Do With Myself”, cover a un oscuro tema de Burt Bacharach popularizado por Dusty Springfield, es sexy e inquietante; “The Hardest Button To Button” es juguetona y pegajosa como goma de mascar de cereza. Y esos sólo son los sencillos. El resto del disco se mueve, en lo lírico, en temas de la muerte de la primera inocencia (“I Wanne Be The Boy To Warm Your Mother’s Heart”, “The Air Near My Fingers”), la soledad de la edad adulta (“There’s No Room For You Here”, “You’ve Got Her In Your Pocket”, “Little Acorns”) y la aspereza del amor en general (“Ball And Biscuit”, “Black Math”), pero sin perder nunca la dureza y la crudeza musical de los discos de antaño, de la banda y del género.
En 2003, nada sonaba a los White Stripes, pero era porque nadie tenía un alma tan vieja como Jack White. Después de Elephant todo mundo se le cuadró al menos por unos meses.
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