There must be some kind of way out of here:
50 años de Electric Ladyland de The Jimi Hendrix Experience
Por: Ernesto Acosta Sandoval (@erniesandoval_)
1968 se escucha lejano ya y quizá lo esté, más para los que no nos tocó vivirlo. 1968, sin dudarlo, fue el año que le puso el punto final por adelantado a la década más volátil, inventiva, cultural y socialmente vibrante del siglo pasado. Ya fuera por los movimientos estudiantiles, por los derechos civiles, o bien por la cantidad de propuestas musicales que fueron lanzadas a lo largo del año, 1968 tuvo su propia personalidad, algo que no se puede decir de cualquier otro año tan fácil. Este mes, RPM decide rendirle homenaje a cinco álbumes que aparecieron a lo largo del último trimestre del año, cinco álbumes que parecen haber sido la cosecha de la siembra de los años anteriores. Cinco álbumes esenciales para entender lo que estaba sucediendo en el tumultuoso día a día de la sociedad de aquel entonces.
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En 1967, durante toda la efervescencia del verano del amor, el estallido psicodélico y colorido del movimiento hippie, los Beatles, Rolling Stones, Beach Boys y Pink Floyd descubriendo el LSD, y hubo dos hechos particularmente llamativos. El primero fue el lanzamiento del debut de The Jimi Hendrix Experience, Are You Experienced. En él, el trío, lidereado por el en ese momento desconocido guitarrista, parecía estar inventando un nuevo sonido, nada sonaba así de atascado y sin embargo, así de bien. La distorsión había hecho su aparición en el Rock y ya nunca se iría. El segundo hecho fue el mutis que hizo Bob Dylan y que sólo se interrumpiría brevemente hasta diciembre de ese año con la aparición de John Wesley Harding, el primero de dos experimentos con el Country que el cantante lanzaría a manera de colofón de su carrera de los sesenta. Todos, en 1967, esperaban que Dylan se subiera a la ola psicodélica. Si los Stones, Beatles y demás estaban haciendo esa clase de experimentos, ¿qué maravilla sería capaz de lanzar este hombre? La respuesta no sólo no estaba soplando en el viento, sino que tomaría a todos por sorpresa cuando su álbum de ese año apareció y Dylan sonreía barbudo y ataviado como pionero del siglo XIX en la portada de un disco en el que cantaba sobre temas apocalípticos, hacía loas a bandoleros y cantaba letras crípticas acompañado de un bajo y una batería como única ayuda a su guitarra y una voz que comenzaba a escucharse cansada.
La explosión que provocó Hendrix no fue poca cosa. Muchos músicos se replantearon su manera de acercarse al Rock. ¿Quién era este loco que le sacaba esa cantidad de sonidos improbables a una guitarra eléctrica y que, además, como si cualquier cosa, pasaba de un sonido muy propio, a rendir homenaje a los blueseros iniciadores del género? ¿Cómo lo hacía? El mundo cayó rendido a sus pies de inmediato, y para aprovecharlo, el trío que comandaba decidió apostarlo todo con su tercer álbum. El resultado fue Electric Ladyland, un álbum doble de proporciones épicas. Si algo caracterizó al debut y al segundo álbum (Axis: Bold As Love) de Hendrix había sido lo temerario de su sonido y su actitud, aquí ya alcanzó otro nivel. Este es el sonido de la revolución amplificado a la décima potencia. A esto suena alguien que no conoce sus límites y no tiene temor a explorar y ver hasta dónde llega. Este es el lado agresivo de 1968, miles de personas marchando para cambiar al mundo mientras este hombre está sobre el escenario entregando su alma en cada nota que toca de una canción como “Voodoo Chile”, con sus quince minutos de duración.
Durante 1968, Dylan seguiría recluido y la gente seguiría esperando su mensaje y su voz como un faro en la oscuridad que significaron los meses más extraños del año. Nunca llegaría. En su lugar, en la curva final de Electric Ladyland, Hendrix parecía saberlo y tomó “All Along The Watchtower” de aquel, para elevarla al nivel de himno, uno fúrico y enardecido. Hendrix convirtió una fábula con una letra inescrutable sobre dos jinetes cabalgando en medio de una tormenta, en un coctel molotov que le mostró al mundo que los tiempos no sólo estaban cambiando, sino que, de hecho, el cambio ya estaba aquí y si alguien no querría escucharlo, es porque de plano estaba sordo.