I’m a monster:
10 años de 808s & Heartbreak de Kanye West
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Luego de conquistar las listas de popularidad y a la crítica durante los cuatro años anteriores, de volverse la súper estrella del Hip Hop de la década creando álbumes conceptuales a la altura de las grandes obras del género, de consagrarse como un original en un estilo musical en el que la originalidad es difícil de alcanzar, Kanye West se encontró a sí mismo en el más solitario de los lugares: la híper fama y la cima de la montaña del éxito. Cuando volteó hacia abajo, podía notar que sus competidores, e incluso sus amigos, estaban muy abajo. Su relación personal con Alexis Phifer se había hecho trizas, quizá como resultado de la misma exposición mediática de los últimos años, su madre había muerto a finales del 2007, y West no pudo evitar deprimirse como nunca lo había sentido. En la música Pop, este tipo de historias resultan en dos escenarios, casi siempre: un descenso aun más meteórico hacia un infierno personal, o la expiación por medio de la creación. West optó por lo segundo. Y como casi siempre que esto sucede, el resultado es una polaroid de su alma que lo muestra en su momento más vulnerable pero también más creativo.
808s & Heartbreak, su cuarto álbum de estudio, es un caso inaudito en el Hip Hop. Si bien, no es la primera obra maestra del rapero (The College Dropout de 2004 y Late Registration de 2005 se disputaban ya esa categorización), sí es West en su momento más honesto lo que lo pone en un nivel propio. Aquí hay muy poco del Hip Hop tradicional, en el que la confrontación es un elemento primordial, en el que las mentadas de madre están a la orden del día, en el que siempre hay un tono aspiracional y auto complaciente por parte de sus perpetradores. Aquí la confrontación es consigo mismo, porque West se sabe su propio peor enemigo. Deja de lado los beats gordos asociados a su estilo, para irse más hacia una inaudita influencia de Gary Numan, The Cure, y hasta New Order (“Paranoid”, “Street Lights”). Los sampleos son discretos y las canciones parten de melodías Pop y R&B para entrelazarse con letras reflexivas y rimas minimalistas (“Amazing”, “Say You Will”). El uso del Autotune, que para ese momento aun no caía en la sobreexposición de los años siguientes, ayuda a que las canciones sean menos amargas (“Love Lockdown”) y le da un empujón al tono trágico que el álbum sostiene a lo largo de sus doce canciones.
El legado de 808s & Heartbreak se puede sentir en el Rap y el Hip Hop actual, e incluso en la misma carrera del propio West. Si no se hubiera deprimido de la manera en que lo hizo hace diez años, nunca hubiera hecho My Dark Twisted Fantasy o Yeezus porque nunca se hubiera salido de su zona de confort. Gente como Drake, Earl Sweatshirt, Childish Gambino o Frank Ocean, hubieran tenido un desarrollo artístico muy distinto al que tuvieron. Uno le puede reclamar muchas cosas a Kanye West (desde su desmedido ego, sus excentricidades estéticas, hasta sus cuestionables afiliaciones políticas) pero el tipo nunca ha tenido miedo de abrir su alma y que eso resulte en uno de los álbumes esenciales de la primera década del siglo XX.
Pingback: Peso Pluma @ Palacio de los Deportes: El éxodo y el primer show de arena en CDMX - Me hace ruido