I declare I don’t care no more:
25 años de Dookie de Green Day
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
En 1994, para la celebración de los 25 años de Woodstock, Green Day fue uno de los headliners. La banda venía de meses intensos, después de que Dookie, su debut con una disquera mayor, les explotara prácticamente en la cara. En esa presentación, Billie Joe, Mike Dirnt y Tré Cool, se dedican a insultar al público y decirles que son unos yuppies y que se ven ridículos queriendo aparentar algo que no son. La presentación termina con una guerra de lodo entre la banda y la audiencia, con gente subiéndose al escenario y destrozándolo y Green Day intentando tocar sin resbalarse, esquivando a la turba que poco a poco iba apropiándose de la tarima. El enojo de Green Day, me parece, iba dirigido hacia ellos mismos y venía de un lugar muy particular. El trío eran una de las bandas más populares del 924 Gilman Street, en Berkeley, en el sur de California. El club era uno de los más fuertes bastiones del Punk californiano de los ochenta y se sustentaba en el DIY y en la congruencia de sus bandas. Para 1993, Green Day había grabado un par de discos con la disquera local independiente, Lookout! Records: 39/Smooth y Kerplunk. Dentro de la escena, eran una banda respetada. Pero cuando Reprise Records mostró interés en ellos y los firmaron, los fundadores de aquel club los expulsaron furiosamente y les prohibieron la entrada de por vida. Green Day había traicionado los ideales que el movimiento representaba para perseguir el éxito en el mainstream. No sería la última vez que algo así sucedería en su carrera.
Dookie, en 1994, vino a llenar un hueco en ese mainstream que los punks californianos despreciaban. Son 14 canciones desesperadas, frenéticas y desgarradoras disfrazadas de algo que se empeñaron en mal llamar “Happy Punk”. De feliz, esto no tiene nada. Billie Joe pinta un retrato angustiante de lo que para él era ser joven, suburbano, y, en general desadaptado. Y el mundo tenía las orejas abiertas para sentirse identificado con alguien que canta que la vida ha perdido todo su color cuando la masturbación se ha vuelto aburrida (“Longview”). O cuando ese mismo narrador declara que ya le vale madres todo porque se ha dado cuenta que estar vivo es ir muriendo mientras camina por las calles de su ciudad (“Burnout”). El mundo se rindió ante los pies de estos tres hombres desde las primeras notas de “Basket Case” porque nadie lo ponía en lenguaje tan plano y tan directo cuando decía que lo tenía todo para quejarse y al mismo tiempo, nada. Billie Joe podía ser tu vecino, el raro, o podías ser tú y no te habías dado cuenta y Dookie hizo que lo notaras. El hueco que Green Day llenó era el del adolescente común y corriente pasando por la crisis natural de la edad, y que otras bandas elevaban demasiado como para resultar inmediato.
Si Kurt Cobain, el año anterior, había dicho que la angustia adolescente había pagado bien, Green Day fueron en realidad los que cobraron los dividendos. Pero les salió caro. Todo, en 1994, para la banda, fue tan frenético como los 35 minutos de Dookie, su tercer álbum. Para agosto que se presentaron en Woodstock, la fama los estaba ahogando y estaban hartos de todo, pero ahora desde otra perspectiva. Esa presentación es sólo un reflejo del estado mental en el que estaban para ese momento. Los proyectiles de lodo que arrojaban al público eran pequeñas bolas de odio por no saber y no entender cómo manejar el estrellato en el que de pronto se vieron inmersos. Las reinvenciones que han tenido como banda desde entonces (y que han sido bastantes) les han alejado y traído fans en un vaivén constante. Al igual que el éxito y la calidad de cada uno de los proyectos en los que se han embarcado. Dookie, sin embargo, se sostiene como un testamento a esas ganas de romper con todo y pintarle el dedo de en medio al mundo a tu alrededor. A la adolescencia, en pocas palabras.
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