20 años no son nada
Vive Latino: veinte años de música y masculinidad efervescente
Por Maza
Por estas fechas hace dos años hablaba de la disparidad entre hombres y mujeres en los carteles de distintos festivales. Varios “amigos” –todos con o- exhibieron recelo y reticencia a ver la situación con ojos críticos y me acusaron de exagerar la situación. Los habituales argumentos salieron a relucir, que “si son pocas”, que si “el Rock es viril”, que “hay igualdad de oportunidades pero falta de talento”, que no “es cosa de feminismo o de machismo sino de calidad”. Argumentos que por casposos aburren, pero que no dejan de ser focos de atención. Siempre estaré dispuesto a debatir las circunstancias o los porqués de cómo hemos llegado a esta situación; pero más allá de mis ilusiones femichairas (sic) de cierta paridad, es desilusionante observar que mientras gran parte del mundo ha volteado con contento a la bandera violeta (a veces no sin un dejo de capitalización), los productores y gran parte de la escena mexicana son más renuentes al avance en igualdad que conservador en Guanajuato.
Antes de seguir, es preciso felicitar al Vive Latino por cumplir 20 años. Llegar a tal edad en la industria es una ardua tarea, y son encomiable los esfuerzos para lograrlo. Un agradecimiento por ser parte esencial de la formación musical y por tratar siempre de situar a lo latino a la altura de otras industrias y escenas. Sin embargo, el festival ha tenido un déficit muy notorio en cuanto la presencia femenina se refiere y es, a mi entender, muy preocupante y se debe insistir en la necesidad de cambios.
En el Vive Latino 1998 de las 42 bandas que tocaron solo 10 (o 11; no recuerdo si Juan Perro traía mujeres) tenían al menos una mujer entre sus integrantes es decir un 23% del cartel. Y si de esas extraemos en las que el proyecto era liderado por una mujer el porcentaje es de 8%. 20 años después parece que hemos avanzado mil mares. Las mujeres y las feminazis nos han impuesto su ideología de género. Veamos los datos para ver este triunfo: este año tocarán 13 bandas con al menos una mujer; 2 más que hace 20 años, de las cuales 9 son liderados por mujeres. Suena bien, 20 años más dos bandas más. El problema es que ahora son 82 bandas lo que arroja unos bonitos datos de poco más del 14% y poco más del 10% respectivamente. ¡Viva el progreso! Y luego dicen que son protagonistas.
Ahora saldrán todos a sacar el argumentario más arriba expuesto o algunos de los nuevos fichajes como el “que no queremos imposición de género” o el ya clásico “yo no soy machista pero….”. No hay excusa; la posición de Vive Latino es clara: Seguir en el mismo el camino que tan buenos réditos ha dado. Ni siquiera para celebrar fueron capaces de recurrir a acatos relevantes del Rock -en su extensión- iberoamericano hecho por mujeres. Como Leticia Servín, Maria Bethania, Os Mutantes, Elza Soares, Cecilia Toussaint; o más para acá: Dover, Entre Ríos, Juana Molina, Pato Fu, Ana Tijoux, Alice Bag (ex-The Bags y con un disco genial del año pasado) o Mala Rodríguez. Claro, también podrían haber mirado a las bandas jóvenes, que por supuesto “no hay”, como Las ligas menores, Riña, Cremalleras, Anpersan o las chicanas de FEA (uno de los mejores actos del momento y apadrinadas nada más y nada menos que por Joan Jett), Bala (de lo más fino y tendido que he escuchado en directo en años), Paola Navarrete, LaBaq o Las Odio. Bueno esas son las que se me vienen rápidamente, y con disculpas a las omitidas. Y si hablamos de la poca presencia de mujeres, en cuanto a diversidad de lo que hablamos es de rumores y suspiros. Tenemos añoranza de ver en el Vive Latino actos tan potentes y transgresores (y latinos) como Linn da Quebrada, Precolumbian, Arca, Entrópica, Sailorfag, Liniker e os Caramelows, Sara Hebe, Miss Bolivia, Dani Umpi, Alegría Rampante o Hidrogenesse. Ojo, algunas de todas las que he nombrado se han presentado ya; pero, si repiten hasta la saciedad bandas más bien normales, por qué no Ely Guerra, Julieta Venegas o Jessy Bulbo, que superan con creces a muchos de los repetidores.
El Vive Latino como muestra y ejemplo de las escenas latinas no ha sido del todo fracasada; pero la falta de pluralidad es significativa. La variedad y la inclusión de otros géneros se ha quedado en meros intentos y buenas intenciones. Al menos en cuestión de especies musicales lo han intentado (este año incluso tocará una banda que canta Ska en zoque), pero en lo que respecta a las mujeres es una pena constante. No hablaremos ya de la posición en la que tocan en los escenarios o cuánto cobran en comparación con los hombres porque sería entrar en un debate con las bandas internacionales que ocupan un lugar predominante y son el arrastre para llenar. Pero debemos recapacitar en estas omisiones como una falta de interés en la igualdad dentro en la industria.
Amerita también discutir acerca de los discursos heteronormativos y patriarcales que las muchas de las bandas proponen, pero eso es tema para otro texto. Sin embargo, podemos de manera tangencial, al ver la ausencia de mujeres, preguntarnos si queremos asistir a eventos que siguen perpetuando esos estereotipos ya desde la selección de artistas. Preguntarnos si esas canciones que tocan representan la sociedad que somos o que queremos, si estamos de acuerdo con esa segregación. No digo que todo esté mal y que todo tenga que ser punitivo o aséptico, pero es loable escuchar críticamente y entender por qué nos divertimos. No sirve de nada que Café Tacuba se suba al jale y dejen de tocar “Ingrata” si los escuchas no entendemos por qué está mal. Si como público no demandamos más. Si esas bandas que dicen apoyar la igualdad no levantan la mano y critican a los contratantes.
Latinoamérica vive tiempos violentos y criminales para las mujeres y para la comunidad LGTB+; los gobiernos de derecha y los abiertamente fascistas campean a sus anchas. La música en Iberoamérica siempre ha sido uno de los vehículos de resistencia, y eso parece que el Vive Latino lo ha olvidado. Los organizadores mandan la señal de que prefieren quedarse mirando de lejos una lucha que no es de ellos, que no les incumbe el cerrojo ni el paliacate verde. Es cierto, el Vive Latino nació como una capitalización de los masivos solidarios, una apropiación de la comunidad autogestiva; y en ese afán de dominarlo todo se han vuelto una especie de obstáculo, una pequeña maquinaria de silenciar las voces reivindicativas que suena por todas las calles del continente. Parece ser que el Vive Latino se ha alineado con el frente para la liberación masculina y se ven muy bonitos.
20 años no son nada, y para el progreso en el Vive Latino menos. No son nada para avanzar en igualdad, no son nada para voltear a las minorías, no son nada para volverse un radar de la escena y seguir siendo el templete de las convenciones. La deconstrucción de los códigos y los patrones de conducta comienza por aceptar que lo hemos hecho mal. A pesar de todos los que vociferan una masculinidad fosilizada se pueden hacer cambios, pero hace falta voluntad para entender la situación y regenerar uno de los espejos musicales más importantes.