Lights are blinding my eyes:
A Grand Don’t Come For Free de The Streets
Por Ernesto Acosta Sandoval
The Streets era esencialmente Mike Skinner. De pronto le metía algunas colaboraciones con otros raperos, y alguno que otro instrumentista, pero era él quien estaba detrás del nombre, programando, produciendo, rapeando, haciendo sus propios coros y escribiendo sus propias canciones. Original Pirate Material (2002) le significó un reconocimiento mayúsculo y hasta lo tildaron de “Shakespeare for clubbers”. Había algo en su métrica que lo hacía sobresalir. Una mezcla de su fuerte acento londinense, ritmos sincopados, la ingenuidad que sólo otorga el estar grabando en su cuarto en casa de su madre, letras que hablaban igual de ponerse hasta atrás que de burlarse de sus mayores que de saber que hay algo más allá de la unidad habitacional en la que vivía. En ese debut estaba la semilla que florecería sólo un par de años después y que entregaría el mejor álbum de esa corriente a la que le pusieron Grime.
A Grand Don’t Come For Free es un álbum conceptual, una Ópera Rap, o una novela urbana escrita con absoluta precisión, cualquiera de las tres descripciones le queda bien. En once canciones (y un lado B), Skinner narra la historia de cómo el personaje principal y narrador pierde mil libras, se enamora, le rompen el corazón, se pelea con sus amigos, se pone hasta las chanclas (de chela y de éxtasis), intenta recuperar el dinero y el amor de su novia, fracasa, y al final pone dos finales para que el escucha escoja el que mejor le acomode. El acierto que tiene Skinner es que sabe contar una historia. A Grand Don’t Come For Free no suena presuntuoso, ni mastica más de lo que puede tragar. El narrador es un hombre común y corriente metido en un problema del que no sabe cómo salir. No es un mago del pinball, no es una súper estrella alienígena tratando de salvar a la humanidad. Podría ser tu vecino, o podrías ser tú. Cuando en “Not Addicted” cuenta que está intentando recuperar las mil libras apostando en el fútbol pero que no tiene ni idea de qué está haciendo, lo hace de tal manera que te recuerda que esto está lleno de sentido del humor. Lo mismo en “Get Out Of My House” (cuando Simone, su novia, lo corre de su casa), o en “Fit But You Know It” (cuando, durante unas vacaciones, intenta ligarse a una chica pero falla miserable por estar crudo). Y también hay drama y tensión dramática, como cuando, en medio de todo se da cuenta que su mejor amigo, Dan, está teniendo una aventura con Simone (primero en “Blinded By The Lights”, pero no está muy seguro porque está hasta la madre de éxtasis, y luego en “What Is He Thinking?” cuando lo confirma) para finalmente ceder ante el inevitable final de la relación (en la demoledora “Dry Your Eyes”, que funciona tan pero tan bien, que se puede sacar del disco y sigue siendo una de las canciones más tristes de la década). “Empty Cans”, el tema final, cierra todo enfrentándolo con un técnico de televisión, para luego retroceder y escribir un nuevo final en el que se da cuenta que las mil libras del nombre del disco, siempre estuvieron detrás de su televisor.
El Reino Unido nunca se ha caracterizado por ser un país productor de gran Hip-Hop. Quizá nunca lo haga. Siempre tendrán otros grandes géneros. Sin embargo, durante un breve periodo, en la primera mitad de la década pasada, The Streets puso al género en suelo británico en un lugar altísimo. Gran parte se debe a este segundo álbum. ¿”Shakespeare for clubbers”? Sí, y por mí denle todos los premios literarios.
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