I’m begging to drag you down with me:
30 años de Disintegration de The Cure
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Decir que The Cure, a mediados de 1988, estaba pasando por un buen momento es ponerlo leve. Con Kiss Me Kiss Me Kiss Me (el álbum y la gira), la banda había logrado encontrar, por fin, el punto exacto entre popularidad masiva sin comprometer su visión artística. The Cure se había convertido en la banda insignia de eso que devino del Punk primigenio y hasta había sobrevivido a la etapa transitoria del Post Punk para crear su propio sonido. Para 1988, ya se podía hablar de un “sonido The Cure”. Eran, prácticamente, su propio género. Robert Smith lo sabía y estaba feliz. Pero seguía sintiendo que aun no había logrado grabar su obra maestra antes de cumplir los 30 años, esa edad en la que, en el Rock, parece una sentencia de muerte en lo creativo. Reunió a los miembros que formaban parte de la banda en ese momento y los encerró durante el verano en el sótano de su casa en el oeste londinense para grabar demos. La música fluyó. Smith dice que durante ese año le llovieron ofertas para musicalizar películas y cortometrajes y que parte de su proceso de composición se vio afectado al preguntarse qué pasaría si hacía piezas más cinematográficas, menos canciones, más obras completas. Si uno escucha los demos grabados en esas sesiones (y que están disponibles en la edición especial del 20 aniversario del álbum), es cierto, hay un aire épico y majestuoso ya desde las etapas embrionarias de esas canciones. Luego, para lograr una atmósfera única (“Algo por completo inglés, con lluvia, atardeceres a las cuatro de la tarde, relámpagos y campiñas”, en palabras del vocalista), se llevó a la banda a una casa de campo en la que se encerraron para escribir las letras. Todo era risas y diversión durante esas semanas. Sesiones de grabación y ensayo por las mañanas, y asados y cervezas por la tarde. Smith, Porl Thompson, Boris Williams, Simon Gallup y Roger O’Donnell estaban casi en perfecta sincronía creativa. Lol Tolhurst fue el miembro de la banda que dio la mala nota. Su problema de adicciones lo hizo aparecer esporádicamente en el estudio sin aportar realmente nada. “Fue cuando supimos que The Cure se había convertido definitivamente en un quinteto”, narra Smith.
Disintegration, dice Smith, fue el primer álbum de The Cure que desde que lo terminaron de grabar, todos supieron que era una obra maestra. Por fin lo había logrado. Este sería su legado. Este era el The Cure que siempre había querido ser. Letras melancólicas, directas herederas del romanticismo inglés del siglo XIX, enmarcadas con arreglos musicales sólidos y fastuosos, introducciones instrumentales larguísimas que daban pie a la voz del vocalista en su mejor momento. Todos los miembros, de hecho, parecen estar en inmejorable forma, y por completo maestros de sus habilidades musicales. Este The Cure se desmarcaba de la banda que había sido hasta el momento, aunque, la verdad, eso se puede decir de casi cualquier disco que sacaban en los ochenta. En los anteriores se notaba una especie de hilo que los unía. Hay cierta cohesión entre los materiales previos, con sus pequeñas diferencias entre sí. Pero en Disintegration ese “sonido The Cure” se volvió otra cosa. Es opresivo, sí, como lo fue en Faith o Pornography, pero deja respirar al escucha. Tiene momentos más pensados y menos frenéticos que en The Head On The Door o Kiss Me Kiss Me Kiss Me, pero nunca aturde como llegaba a pasar en The Top. Logra conmover en canciones como “Plainsong” y “Pictures Of You”, pero también inquietar como en “Fascination Street” o “The Same Deep Water As You”. Smith sigue mostrando sus dotes Pop en “Lovesong” y “Lullaby”, pero en esas mismas canciones, parece estar oculto en las sombras observándonos con una sonrisa burlona.
Disintegration, su octavo álbum, fue un The Cure que ya no se repetiría. Fue un The Cure en plena explosión creativa y con todo el terreno y la sabiduría para hacer lo que quisieran con un género. Con su propio género.
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