El capricho de ver a Catfish and the Bottlemen
por primera vez en México
Por Aarón Cortés
Después de varios años de espera, al fin tuvimos la oportunidad de disfrutar el primer concierto de Catfish and the Bottlemen en México, gracias a la nueva etapa del Plaza Condesa, con la que pareciera que seguir siendo el venue favorito de la CDMX.
Para cumplirnos semejante capricho, esta vez no hubo acto telonero, pues toda la atención se concentró en la banda galesa cuya visita era esperada desde el lanzamiento de su primer disco, hace ya cinco largos (eternos) años.
A pesar de que el venue tardó un poco en llenarse por completo, desde muy temprano muchos fans llegaron para estar tan adelante como fuera posible. Incluso pudimos ver bastantes padres en la zona de pista, que aguantaron los golpes y empujones con tal de acompañar a sus hijos.
Y fue así como luego de un intro vintage cortesía de Dean Martin, las luces se apagaron para enviarnos directo a un estallido en “Longshot”, que a pesar de formar parte del nuevo disco fue muy bien recibida y coreada por parte de la gente. De hecho, Catfish no nos dejó descansar durante la primera parte de su concierto, al utilizar algunas de sus canciones más fuertes como “Kathleen”, “Pacifier” y “Soundcheck”, generando bastantes saltos y gritos entre una multitud compacta que ni siquiera los cerveceros pudieron atravesar esta vez.
Lamentablemente esa decisión también puede utilizarse en su contra, ya que algunas de las canciones más queridas de su debut salieron en los primeros minutos, dejando un momento en el que el show recayó en The Balance (álbum que ni siquiera ha cumplido dos meses de su lanzamiento) con canciones que, a pesar de ser bastante buenas (como “2all”) aún no causan el mismo impacto.
Esto también se debe a un momento muy extraño, en el que el instrumental de “Business” antes del puente se extendió demasiado, mientras Van McCann parecía batallar con el micrófono balbuceando algunas cosas hasta que finalmente dio con el audio. Tiempo suficiente para detener la euforia y comenzar a confundirnos, porque no entendíamos si se trataba de algo planeado o un verdadero error que trataron de disimular, gracias a un poco de improvisación por parte de la banda (claro que no es sorpresa que extiendan algunas canciones en el escenario).
Y a pesar de que la voz no siempre relucía como debía, McCann se veía muy entusiasmado en el comienzo del tour por Norteamérica, interactuando bastante con la gente (pero no siempre se entendía lo que decía). Por otra parte Johnny Bond (guitarrista) se enamoraba del “olé olé” por primera vez y pedía aplausos o gritos entre canciones, con una gran sonrisa; mientras que Jon Barr (baterista) y Benji Blakeway (bajo y coros) se limitaron a hacer su trabajo.
La escenografía constó únicamente de una manta gigante, con el tucán y la lata de refresco de la portada de The Balance, unas cuantas luces de colores para añadir un ambiente diferente a ese look and feel monocromático característico de la banda, y el contorno del bombo y los amplificadores que también cambiaban de color dependiendo las canciones.
Debemos mencionar que aunque el setlist se sintió muy corto con apenas 16 canciones, hubo un buen balance entre los tres álbumes. Aquí escuchamos una versión extendida de “Business”; “Cocoon” con varias repeticiones del coro aún terminada la pieza; y “Tyrants”, el cierre de The Balcony, al cual le agregaron un par de minutos para darle más tensión al asunto. Pero probablemente en este tiempo adicional, pudieron tocar de piezas como “Rango”, más energía con “Encore”, alguna balada como “Hourglass”, o alguna otra canción que los sacara de su zona de confort compuesta por singles… suerte para la próxima.
Dejando de lado los altibajos, los integrantes de Catfish and the Bottlemen nos regalaron un performance de gran nivel, digno de ser uno de los actos consentidos de Reino Unido desde hace mucho tiempo, que nadie se había animado a traer a nuestro país. Incluso prometieron que volverán pronto, ahora que saben que estar en México es casi tan cálido como las estruendosas multitudes de los festivales de su país.
Van McCann posee una gran actitud de frontman, jugando con el micrófono como si nada mientras toca la guitarra y se pasea de un lado a otro. Sin dejar de lado esa calidad instrumental de la banda, que pareciera mejorar más y más con el paso de los años. Guitarrazos, juventud, y una estruendosa batería que nos dejó con un zumbido de oídos durante el resto de la noche.
Un gran show con la esencia del Indie Rock británico que tanto nos encanta. Esperemos que no nos haga esperar más antes de una repetición, además de una pequeña corrección a los detalles que les impiden llegar al show perfecto. ¿Lo lograrán?
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