Dearly beloved:
Purple Rain de Prince & The Revolution
Por Ernesto Acosta Sandoval
No es muy común, pero luego sucede que ciertos soundtracks superen a la película que acompañan. Más cuando, uno, la película es un mero conducto publicitario para un cantante, y, dos, cuando el cantante mismo se ocupa de las canciones que aparecerán en pantalla. En los años cincuenta y sesenta esto era una movida usual. Luego a finales de los setenta la estrategia tuvo un revival, para, aparentemente ser sepultado como ardid a principios de los ochenta. A menos que tu nombre fuera Prince Rogers Nelson y estuvieras en la cúspide de tu fama y popularidad. Ahí sí, todo el mundo se cuadraba. Purple Rain, la película, a pesar del nombre que llevaba como estelar es fallida. No es una cosa imposible de ver, ni mucho menos, pero no es una obra maestra. El filme narra de manera semi biográfica el ascenso a la fama y los problemas de un talentosísimo músico de Minneapolis, y sus enfermizas relaciones de pareja y con su padre. Es sólo eso. Se sostiene por lo llamativo de su protagonista, y sobre todo por las canciones. Casi únicamente por las canciones, si lo vemos de manera objetiva.
Purple Rain, el álbum, es la obra maestra con la que Prince se consagró. Era lo que llevaba buscando desde inicios de su carrera y lo que aspiraría a superar el resto de sus días. Si lo logró, o no, depende de cada quien. A mí parecer, estas nueve canciones son la esencia de Prince. Aquí está la súper estrella sexosa, pero imaginativa e inventiva a más no poder. Es el Prince que lo mismo te hace sudar en la pista de baile con “Let’s Go Crazy” y “Take Me With U”, que te conmueve hasta las lágrimas con “When Doves Cry” o “Purple Rain”. Sin importar si se tiene o no la referencia visual. Esa es la enorme fortaleza de Purple Rain. No necesita de la película de la que se desprende para sostenerse como una de las obras cumbres de los ochenta. “Computer Blue” o “Darling Nikki” te ponen la imagen en la cabeza de los movimientos de cadera seductores de Prince mientras le hace cosas inmencionables a su guitarra. Cada canción, aunque no se haya visto la película, es una pequeña historia con un mood muy particular que logra mostrar los poderes del cantante y de The Revolution, la banda que armó para esto, con el sonido único en los sintetizadores de Lisa Coleman, y el acompañamiento perfecto en la guitarra de Wendy Melvoin, más la base solidísima de Bobby Z y Brown Mark en la batería y el bajo respectivamente.
Purple Rain puso a Prince a la altura de Michael Jackson y Madonna, con la diferencia de que el de Minnesota fácilmente oscilaba entre lo comercial de aquellos y lo íntegramente artístico con absoluta facilidad. Por algo lo buscarían en los años que vendrían. Prince, más que cualquiera de sus contemporáneos, y aunque ya fuera bien entrada la década, estableció el look, el sonido y el sentir de los ochenta y todo el mundo se le cuadró.
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