Bob Dylan
Rough And Rowdy Ways
Columbia Records
9.3
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
Mi abuelo era poeta. Solía bromear con que si le daban el Nobel de Literatura lo iba a rechazar. Luego profundizaba diciendo que, de todos los premios literarios, el Nobel en particular era una sentencia de muerte para un escritor. La mayoría de las veces, decía, se lo dan a gente que ya va de salida, o los escritores que lo reciben ya nunca vuelven a tener el brillo previo al premio. No es la norma ya que uno ve la lista de ganadores, pero hay algo de verdad en las palabras de mi abuelo. El premio literario más importante del mundo impone, se quiera o no.
Cuando se lo otorgaron en 2016, Bob Dylan llevaba cuatro años de no lanzar un álbum con material original. Tempest (2012) es un buen disco, parte de una racha fructífera que llevaba casi ininterrumpida desde 1997 con Time Out Of Mind. La constante en toda esta curva son letras que parecen meditaciones de la vida y la muerte, un sonido particularmente bluesero como no lo hacía desde, quizá, Blonde On Blonde (1966), y nuevas exploraciones de hasta dónde puede llegar su cansada voz. Después de Tempest, en uno de sus tantos giros, Dylan cambió la jugada y lanzó una serie de álbumes regulares en donde rinde homenaje a Sinatra y al Great American Songbook, apareció en un comercial de Chrysler durante el Super Tazón, siguió en su Never Ending Tour, y, claro, hizo enojar a puristas, y le sacó un susto a la Academia Sueca, entre que sí y entre que no se decidía a reconocer que había ganado el Nobel. Pero no daba pistas de tener nuevo material bajo la manga. Hizo falta que todos nos encerráramos por una pandemia global, él también, para que a finales de abril diera señales creativas de vida. “Murder Most Foul”, una épica canción de 17 minutos, apareció sin previo aviso y sin esclarecer si era parte de algún nuevo proyecto. Luego vino “I Contain Multitudes” y finalmente “False Prophet”, con el anuncio de Rough And Rowdy Ways. Su primero con material original en ocho años, y el primero desde la trolleada que le aplicó a la Academia Sueca (recordemos que no fue a recibir el premio, y en su lugar asistió Patti Smith).
Esta semana, como preparación al lanzamiento de Rough And Rowdy Ways, Dylan, cosa rarísima, concedió una entrevista al New York Times. En ella, habla sobre el pasado como fuente de inspiración, sobre la mortalidad, y como estas dos cosas fueron los principales ingredientes para este nuevo álbum. Respecto a la mortalidad, Dylan hace hincapié que no es su propia mortalidad en la que piensa, sino la de la humanidad. El afán que la humanidad tiene por buscar su propia extinción. Ahí está la clave para entrarle a su nuevo álbum. Estas diez canciones son un termómetro del estado del mundo en 2O2O, con todo y sus constantes miradas al pasado. Ahí radica la grandeza de alguien como Dylan, de la importancia de su voz y de sus letras. “Murder Most Foul” va y viene del pasado al presente. “False Prophet” intenta poner en palabras el desastre en el que nos venimos sumiendo desde hace años. “Goodbye Jimmy Reed” es la que porta las influencias de su creador más orgullosamente, algo que Dylan nunca ha temido hacer. “Crossing The Rubicon” es el monólogo interno más explícito sobre lo que hay después de la vida que ha escrito desde “Not Dark Yet”. En “I Contain Multitudes” canaliza a Walt Whitman, y la pone al inicio del álbum para establecer el ambiguo marco temporal en el que navegará durante los siguientes 60 minutos. Rough And Rowdy Days es una obra de largo aliento. Ninguna canción baja de los cuatro minutos. Dylan todavía tiene mucho, muchísimo, qué decir. Como dice en “False Prophet”: “I’m the last of the best, you can bury the rest”. En “Key West (Philosopher Pirate)” menciona a Ginsberg, Kerouac y Corso, los eternos buscadores, los eternos viajantes. Él, lo sabe, forma parte de esa tradición.
Rough And Rowdy Ways es la excepción a lo que decía mi abuelo. Es la muestra de que sí hay vida después del Nobel. Es la obra de un autor que se rehúsa a enterrarse en vida. Es la continuación a la eterna búsqueda en la que Dylan ha estado desde que salió de su pueblo a los 19 años. Es la confirmación de que Dylan no sólo es un viajero por tierra, mar y aire. Es un viajero en el tiempo, que contiene multitudes y que está en todos lados a la vez.
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