Llevo el prisma de tus ojos en mi casco de astronauta
(y la tímida aurora de tus células):
15 años del Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea de Zoé
Un disco que sigue brillando en el prisma de tus ojos.
Por Patricia Peñaloza
Volver a escuchar el disco Memo Rex Commander y el Corazón Atómico de la Vía Láctea (Noiselab, 2006) de Zoé, con toda conciencia y retrospectiva, inesperadamente inunda los ojos de lágrimas de tan sólo recordar esos años, esos momentos de estallido, no sólo de la banda mexicana en cuestión, sino de todo un movimiento que quizá estando en medio del remolino no éramos tan conscientes. Vivíamos un momento de oro y… ¿no lo sabíamos? Creo que sí lo sabíamos. Todo era fiestas y toquines con bandas nuevas y excitantes, divertidas, encantadoras. Todos éramos díyeis, el Centro Histórico era una romería. O eras emo o eras electroclash con brillitos en ropa y cara. Las chicas traíamos mullet, mechones rubios y shorts sobre mallas de colores con botitas. Retro 80s en pleno. Estallaba lo que solíamos llamar genéricamente “indie”; Myspace y Reactor estaban a todo lo que daba.
Y Zoé particularmente estaba dando el salto definitivo. Aunque el fundamental Rocanlover (Sony) salió en 2003, pegó hasta 2004/2005 aproximadamente. Inolvidable, aquella noche en que actuaron en Pasagüero con Austin TV: por primera vez el quinteto encabezado por León Larregui en la taciturna voz, convocaba una cantidad de gente que sobrepasaba expectativas, dejaba almas en pena en la calle, mientras dentro, varios cientos se fusionaban en un solo cuerpo, un solo canto, con el grupo. El EP previo, The Room (Noiselab, 2005), que contenía el macanazo “Dead“, estaba haciendo estallar la ola. Era muy claro: ya no habría vuelta atrás. Se perfilaban para ser la gran banda de arrastre que seguía, a la altura de Caifanes o Café Tacvba, respaldados por el trabajo duro, la creación honesta y la depuración de un sonido de personalidad propia, sin necesidad de mercadotecnia vana y efímera. En tal escalada veloz, en un mismo año (2006), estremecieron el Vive Latino, llenaron el Metropolitan en julio, en agosto emitieron el disco de marras, para en septiembre llenar también por primera vez el Auditorio Nacional.
En ese contexto apareció el tan dichoso álbum que hoy nos ocupa, que afortunadamente ha envejecido bastante bien. De hecho, siento que hoy día hasta se escucha mejor: esplendente, atemporal, lleno de estimulantes detalles cósmicos, prístina producción. Prácticamente no tiene un solo mal track. A diferencia del beatlesco, hippie y colorido Rocanlover, el cual se veía difícil de superar, este tercer disco de estudio sorprendió por su suntuosa belleza, lleno de vuelcos emocionales y musicales, mucho más rico y expansivo, plagado de sintetizadores siderales, además de asomar como influencia fuerte, un montón de New Wave ochentero algo más oscuro que lo previo; guitarras Post Punk entremezcladas con pasajes espaciales influidos por Air, entre otras bandas de ese talante. El trabajo conjunto de Sergio Acosta, Ángel Mosqueda, Rodrigo Guardiola y Jesús Baez, se oye amarradísimo, lleno de pasión y fe, alcanzando, como se dijo antes, un estilo inconfundible, cosa difícil de lograr.
El título, integrado por los nombres de varias canciones del disco, recuerda al Ziggy Stardust And The Spiders From Mars de David Bowie; y aunque musicalmente no emula tal obra, sí lo hace en su actitud espacial. Y aunque la canción “Corazón Atómico” remite al “Atom Heart Mother” de Pink Floyd, de esta banda sólo emulan la búsqueda ambiental.
Dividido en dos partes (Lado A y Lado B), el álbum parece ir contando una historia, guiar por un viaje de ideas y sensaciones. La primera es más Synthpop, la segunda lleva temas de tempo más lento y texturas más clavadas. En retrospectiva, impresiona notar la cantidad de macanazos finos y ahora clásicos, que contiene: “Vía Láctea“, “Vinyl“, “Corazón Atómico“, “No me destruyas“, “Nunca“, “Paula“. Nada atrás se quedan en calidad, aunque no sean hits, temazos como: “Memo Rex“, “Triste Sister” y la hermosa “Paz“.
En aquellos días, Larregui explicó que en efecto, el disco trata sobre el viaje del personaje Memo Rex (como los viejos cassettes) hacia el centro de su corazón. Y claro, las letras de ciencia ficción que tanto gustan a Larregui, siguieron marcando sello con frases como: “Llevo el prisma de tus ojos, en mi casco de astronauta, la tímida aurora de tus células”; “A dónde vas, con el vampiro bipolar”; “Todas las máquinas se contorsionaban”; “Toma mis circuitos de robot, ya no tengo nada qué soñar”, “Me voy a rasurar todas las penas de una vez”.
Con un hermoso arte en el booklet con diseño de Iván Krassoievitch y la producción de Phil Vinall, Zoé exprimió en este disco mucho de lo mejor que traía en su corazón; sus anhelos, sus ganas concentradas de volverse una explosión de estrellas en el cielo, en ese momento exacto en el que estaban teniendo un eco masivo en ascenso, un gran espejo de oídos con los cuales dialogar. Aprovecharon la ola y estallaron con ella. Desde entonces y hasta ahora, hicieron fuerte clic con una generación desesperanzada y aburrida que no tenía una voz masiva con la cual conectar, al menos en cuanto a Pop Rock original, que de alguna forma y a la distancia, se escucha como una respuesta (no sé si muy consciente) al fervor de entonces por los riffs de The Strokes y el revival de Joy Division y todo el Post Punk de inicios de los años 80. Con todo, y más allá de las influencias, Zoé se volvió un referente sonoro en México y Latinoamérica; una punta de lanza después de la cual muchas bandas querían sonar igual.
Y es que a pesar de ser tan Pop, Memo Rex… me parece un disco de culto, quizá porque ya no es tan fácil conseguirlo físicamente o porque se le nombra poco cuando se habla de Zoé… o porque guarda muchos secretos sonoros que ponen a la banda muy en alto, a pesar de lo que los haters que no los han oído bien, digan de ellos.
De mis álbumes favoritos de Rock mexicano de todas las décadas.