Documental:
The Velvet Underground
Por Ernesto Acosta Sandoval
En 1972, Lou Reed, John Cale y Nico se juntaron una sola noche para una tocada en Le Bataclan en París. Eso sería lo más cercano que habría a una reunión de The Velvet Underground en mucho tiempo. El concierto se grabó y hasta hace muy poco sólo estaba disponible como bootleg. En el setlist viene incluida una canción de Cale, “The Biggest, Loudest, Hairiest Group Of All”, que el músico jamás volvió a tocar ni grabó en estudio, pero que es una de las descripciones más acertadas que hay sobre su ex-banda. “Then the bubble broke/We thought it was a joke”, dice hacia el final. Cale, en la bio de su Twitter oficial pone: “alright yes, the Velvet Underground… good, next…”, mostrando su poco interés por haber sido parte de una de las bandas más influyentes de la historia. Se sabe que no le gusta mucho hablar de aquellos años, y en particular de su frágil relación con Reed. Hace un par de semanas, Apple TV+ estrenó el documental escuetamente titulado The Velvet Underground, dirigido por Todd Haynes (Velvet Goldmine, I’m Not There), y resulta revelador que la voz líder en narrar la historia del grupo sea John Cale, sabiendo lo anterior.
El trabajo de Haynes es meticuloso y abrumador. El director habla un poco sobre las vidas de sus dos principales miembros, pero se enfoca, durante casi toda la primera mitad en establecer el fértil aunque sórdido ambiente en la Nueva York de mediados de los 60s, en particular la escena artística y avant-garde del Greenwich Village y barrios aledaños. A la par que habla sobre las carreras pre-Velvet de Reed y Cale, muestra las preocupaciones de un grupo de artistas alejados del mainstream, viviendo en su propio mundo. Creando arte para unos cuantos, intentando sobrevivir. Jonas Mekas y sus películas y cortos, Allen Ginsberg y su poesía, Paul Morrissey y su relación con la Factory de Andy Warhol, y, claro, al artista Pop y su interminable desfile de freaks e inadaptados. Haynes se preocupa más por dejar en claro la influencia de todo eso en alguien como Cale, que para ese entonces ya estaba en camino a establecerse en un músico experimental influido, principalmente por otro John, Cage y su sinfonía Water Walk. Al mismo tiempo remarca cómo alguien con la sensibilidad de Reed a fuerza tenía que encontrarse con él. Reed, desde el punto de vista del director, era una anomalía. Amante del Rock ’n’ roll, el Blues y el Doo-wop, pero también ávido lector de poesía, el cantante estaba listo para dar el salto a lo que se convirtió. De especial interés, en el documental, resulta el rescate que hace Haynes de “The Ostrich”, una de las primeras grabaciones de Reed cuando estaba con The Primitives. Ahí está la semilla del Velvet Underground. Un ruidal desparpajado que se podía bailar, al que sólo le hacía falta la estructura y seriedad que Cale le tenía que otorgar.
La labor de Warhol parecía ser la de un chef. Ahí estaban los ingredientes sobre el mostrador de la cocina. Él sólo tenía que mezclarlos y ponerlos en la estufa. El resultado, The Velvet Underground & Nico es el platillo, que, a su vez, resultó un proyecto más, aunque se le saliera de las manos. Como ya es sabido, y el documental no deja de hacer hincapié, nadie prestó oídos a lo que estos desadaptados vestidos de negro tuvieran qué decir. En 1967, con el flower power y la buena ondita imperante, nadie quería escuchar canciones de seis minutos sobre sadomasoquismo, heroína, o decadencia. Pero la influencia que se fue extendiendo durante las siguientes décadas está ahí. Haynes rescata los testimonios posteriores de gente tan disímil como Bowie o Jackson Browne para dar fe. Cale, sin embargo, no deja de sentirse escéptico. Por ejemplo, es inclemente en describir a Reed como alguien insoportable, manipulador, y mentiroso que, poco a poco, fue desmantelando el proyecto original para, finalmente, dinamitarlo por completo. Bajita la mano, Maureen Tucker tampoco se toca mucho el corazón al hablar de él.
Al final, después de conocer la historia de The Velvet Underground con pelos y señales, queda un sabor agridulce. Su historia es un reflejo de la música. Enorme, ruidosa y peliaguda. Un trago a veces difícil de pasar, pero absolutamente necesario para entender todo lo que vino después.
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