Kendrick have a dream:
10 años de good kid, m.A.A.d city de Kendrick Lamar
Por Ernesto Acosta Sandoval
Los 2010s fueron la década de Kendrick Lamar. ¿Alguien lo duda? Tres álbumes, uno tras otro, cada uno más significativo para su momento histórico que el anterior, cada uno más exitoso que el anterior; el primer rapero en ganar un Pulitzer de música; ese momento entre 2015 y 2018 en el que el mundo le ponía atención a todas y cada una de sus palabras y de sus declaraciones. Sin la sed de fama de muchos de sus contemporáneos, con una tranquilidad y un coolness que lo hicieron único desde el inicio, Lamar, en estos diez años ha sido y será el referente para futuras generaciones que busquen entender qué pasó en todo este tiempo. Y un buen comienzo para saber quién es Kendrick Lamar es su segundo disco que cumplió diez años este fin de semana.
good kid, m.A.A.d city es un álbum conceptual. En la portada se anuncia como “un cortometraje de Kendrick Lamar”. Y sí, Lamar aquí es un cronista, cámara y libreta en mano, de la vida diaria en su Compton natal. Aquí hay reportes a nivel de calle y en primera persona sobre enfrentamientos de pandillas, pobreza, y paseos nocturnos por el barrio. A diferencia de otros coterráneos de Lamar, como NWA o Tupac Shakur, su lírica y sus beats no residen en la agresividad ni en la desesperación, ni siquiera está intentando hacer una denuncia. Esto es más cercano a lo retratado en películas del estilo de Boyz ’n The Hood o Friday. Alguien es abatido a tiros, por ejemplo, y la vida sigue frente a la indiferencia del mundo fuera de la demarcación. “Bitch, Don’t Kill My Vibe”, “Backstreet Freestyle” o “Real” son crónicas con un cierto grado de distanciamiento que sólo puede otorgar estar metido en la tormenta desde siempre. La producción es discreta con beats suaves, que recuerdan más al Outkast de Aquemini que a lo fastuoso a lo que el Hip-Hop de la Costa Oeste nos tiene acostumbrados (“The Art of Peer Pressure”, “Swimming Pools [Drank]”). Al mismo tiempo que narra momentos mundanos de pasarla con los homies, soñando con ganar montañas de dinero (“Money Trees”), en good kid… se puede ver el momento en el que Lamar comenzó a girar su lírica hacia terrenos más metafísicos y espirituales. “Sing About Me, I’m Dying of Thirst” con sus doce minutos casi ininterrumpidos es una épica monumental sobre la necesidad y la preocupación de trascender en un mundo confuso y violento, con preguntas sobre la fama, la amistad, y una coda religiosa, como si fuera la respuesta a esos cuestionamientos.
Kendrick Lamar puso los planos sobre la mesa con good kid, m.A.A.d city. No sólo para lo que iba a venir en su carrera y en el género. Este es uno de esos discos que son el retrato de su época, sí, pero también capturan el zeitgeist años antes por la agudeza mental de su creador.
https://www.youtube.com/watch?v=9RZqQaWFR8g