El regreso de Juan Cirerol:
Un conmovedor tambache de cicatrices
Por Patricia Peñaloza @patipenaloza
Estamos llorando. Él. Nosotros. Es una noche de reconciliación. Con el público. Con él mismo. Una declaración de amor. Un reencuentro entre dos entidades que se hirieron profundamente después de haberse querido tanto. Un perdón cargado de empatía y comprensión: “Gracias por tanto amor”, dice aquél con voz entrecortada. Todos merecemos otra oportunidad. La pasión que la chilanguiza arrojó fuera de sus cuerpos la noche del viernes 16 de diciembre en el Foro IndieRocks, sobrepasó toda expectativa y decibeles. Su presencia después de poco más de cuatro años de ausencia en los escenarios capitalinos, desató tormentas interiores, derrumbes emocionales, nostalgias, dolores, viajes etílicos de otros tiempos, melancolía a raudales. Había acaso unas mil personas, pero cuando el chicalense Juan Cirerol se aproximó al escenario, los alaridos se dispararon y destrozaron tímpanos cual si se desgañitara un estadio entero. Algo inenarrable, de escalofrío y ojo Remi. Uno de los regresos artísticos más conmovedores de los que tenga memoria esta vapuleada ciudad.
“Nomás sirvo pa cantar”, engoló el barítono cantautor a manera de presentación, para abrir bocinas, emitiendo con ello un recordatorio firme: “Esto soy”, antes de aventarse poco más de hora y media de show: una treintena de canciones surgidas de su corazón ardiente y de una mente taciturna, otrora alocada las 24 horas; canciones urgentes, vaqueras, forajidas, norteño-punketas, amedrentadas por el mundo y por sí mismo. Todas y cada una, coreadas a pulmón en cuello, sílaba por sílaba, por cada cabeza asistente. La figura solitaria del de Mexicali, a bordo de su docerola y ocasionales armónicas, desprovista de visuales o luces mamalonas, empataba con la desnudez de su alma entregada, pero también con la austeridad de su desempeño corporal actual, posterior al abandono de toda sustancia: “Les dedico mi rehabilitación, con todo cariño… ¡Cuatro años ya, sin consumir drogas!”, sentenció para provocar una amistosa ovación aprobatoria.
Y es que es evidente que hay dos Cireroles: uno antes y otro después de su breakdown definitivo. Ese quiebre en el que no sólo pareció mostrar descuidada indiferencia ante el terremoto capitalino de 2017 (exagerada por las redes, pues en realidad no le deseó mal a nadie y hace mucho se disculpó arrepentido), sino que ya se le andaban pasando las cucharadas, por lo que tuvo que retirarse para recuperar la sanidad. El personaje desenfrenado que lo encumbró e hizo subir como espuma meteórica su popularidad entre los ex de-efequenses, entre 2011 y 2016 aproximadamente, quedó atrás, para dar paso a un Juan sereno, tranquilo, que pronuncia sus letras con parsimonia, con la maestría de los dedos sobre las 12 cuerdas intacta, incluso mejorada. Para algunos, esa falta de locura, antes exacerbada por los estupefacientes, es considerada una carencia escénica. Sin embargo, muchos otros lo preferimos vivo y sano. Finalmente, quienes le siguen siendo fiel y quienes lo fueron a acompañar y abrazar esa noche con sus cantos, han sabido comprender que la potencia de su arte está en la contundencia de sus letras y melodías; en las imágenes de tristeza y romanticismo que proyecta, en el gozo festivo que provocan por sí mismas sus rolas. El poder de sus canciones en crudo, sin pirotecnias gestuales, es ahora puesto a prueba y sale avante.
Juan Cirerol toca y toca, un tema tras otro cual metralla sin freno, emitiendo escasos comentarios o bromas, como antes hacía. Viene a lo suyo: hacernos cantar. Empieza súper nervioso, pues quizá teme que alguien lo trate mal, pero no pasa nada. Todo es puro cariño. Está entre compas. Se va relajando conforme avanza el repertorio. Interviene poco y de pronto dice: “Me siento raro cantando estas letras, pues ya no soy así… pero las sigo cantando porque a ustedes les gustan musho”. Ovación de nuevo. Y es que Cirerol vive un momento de transición todavía; se le mira portando un traje musical forajido y pendenciero que ya no cuadra con su actual espíritu, pero que sigue emitiendo cual viejos retratos de su vida. Ya no son tanto canciones, sino cicatrices. Si bien antes se le miraba siempre eufórico, ahora le es inevitable proyectar una especie de tristeza adusta que no lo abandona y parece cargar como un bulto que en algún momento ha de tirar para siempre, pero entre tanto permanece sobre sus hombros. Siempre existencial y conflictuado por la vida, sus temas en vivo siguen manteniendo la pesadumbre suficiente como para seguir destruyendo corazones.
Tres decenas de composiciones suenan en el recinto, y todas son hits. Una barbaridad: “Trucha porque no hay tiempo“, “La Muchacha de las Tierras Lejanas“, “Canción al Ocio“, “Mi Corazón Lloró“, “Corrido de Roberto“, “Algo que tenemos en Común“, “I love You“, “Toque y Rol“, “Vida de Perro“, “Ahí te va a llegar el cheque“, “Noches de Prisa“, “Arrepentido y Triste“, “Somos Tú y Yo“, “Sí sí“… se disfrutan gratamente. Los ánimos estallan de más cuando llegan “Se Vale Soñar“, “Hey Soledad“, “La Banqueta“, “La Chola“, “Eso es Correcto Señor“, “Sentimental“… La cumbre rompe-madres aparece con los trancazos “Eres tan Cruel“, “Metanfeta“, “La Florecilla“, así como las bellas “Rostros Vendidos” y “Crema Dulce“. Los órganos cardiacos se derriten, las lágrimas corren, con la tristísima y siempre misteriosa “Piso de Piedra“, para cerrar con la explosiva “Clonazepam Blues“, una de sus primeras autorías, cuya letra marcaría el inicio de una loquera (parranda) que duraría casi dos décadas y le llevaría de la gloria al infierno, pasando por las delicias del reconocimiento masivo de propios y extraños.
Mientras el público pide más y más, el personal tiene que llevarse a Cirerol bien escoltado, mientras éste se despide sencillo, estirando el brazo con aplomo, pero también con mucha ternura y el corazón encogido. Juan es en realidad un chico frágil, híper sensible, quebradizo. Pero también un tipo valiente y sólo unos cuantos saben lo mucho que le ha costado salir del averno. Esa noche se comprobó que “Johnny Cashanilla” está más allá del bien y del mal, más allá de cualquier moda. Que su historia y canciones de amor y perdición, de excesos y deschavetes, ya son leyenda. Visto a la distancia, el de Mexicali se le adelantó unos diez años al movimiento de Corridos Tumbados e incluso a artistas como Christian Nodal. Vino a combinar antes que muchos, la personalidad del fronterizo aventado y consumidor sin vergüenza, humoroso pero también muy enamorado. El (ex) junkie poeta. Si bien esa noche no cupo ni un alfiler más, tampoco cupo duda alguna: Juan Cirerol está de vuelta.