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20 años del debut de Franz Ferdinand
Por Ernesto Acosta Sandoval
Para 2004, el revival Post-Punk parecía haber agotado su energía en sólo tres años. Varias bandas no habían podido superar sus debuts, o se empezaban a mover a otros sonidos. Pero directo desde Glasgow llegaron cuatro chavales, estudiantes de arte, elegantemente vestidos, y con ninguna otra intención más que poner a bailar, en sus propias palabras, “a las muchachas y cortar con todo el postureo”. A final de cuentas, ¿no es eso la esencia del Rocanrol? ¿No es acaso lo que vale la pena, aunque se nos olvide a veces? Letras sobre ligar, salir del aburrimiento, trabajar sólo cuando el dinero falta. La pura inmediatez y la satisfacción de tres acordes y dos minutos y medio de infeccioso pop. Alex Kapranos tenía la fórmula perfecta y lo sabía.
El secreto del álbum debut de Franz Ferdinand radica en que no quiere ser otra cosa más que lo que escuchamos. No hay mensajes profundos, no hay subtexto, ni medias tintas. No hay que leer entre líneas. Es puro y glorioso hedonismo. Cualquiera que armara una fiesta en 2004 no podía saltarse “Take Me Out”, “The Dark of the Matinée” o “Darts of Pleasure”, por mencionar sólo los sencillos que se desprendieron de aquí. En ese momento, no sólo veías bailar a las muchachas, sino a todo el personal presente. No hay letras reflexivas, ni contemplaciones existenciales. Hay invitaciones a pulir la pista de baile (“Michael”, “This Fire”), si acaso a bailar más pegaditos (“Auf Achse”, “Come On Home”).
El recibimiento del público y la crítca fue sobrecogedor. El sonido de Franz Ferdinand se sintió que cayó en el momento correcto. Cuando las cosas comenzaban a ponerse medio rancias, llegaron a inyectarle un último shot de adrenalina al mencionado revival. Claro, Franz Ferdinand no resultaban particularmente innovadores, su linaje se puede trazar desde los primeros The Who (cuando eran divertidos, antes de su etapa Ópera Rock) hasta los Smiths menos solemnes (los de “Girlfriend In A Coma” o “This Charming Man”). Franz Ferdinand, en 2004, formaban parte de un histórico grupo de artistas naïve, que en sus inicios piensan que el mundo es más simple de lo que en realidad es. Y está bien. Ojalá el Rocanrol pudiera regresar a eso cada tanto todavía. Ojalá cada diez años hubiera una banda de dos guitarras, un bajo y una batería, cuya única meta fuera poner a bailar a las chamaconas y los chamacones hasta que el sol salga y las suelas de los zapatos se queden lisas.