I don’t care too much for money:
60 años de A Hard Day’s Night de The Beatles
Por Ernesto Acosta Sandoval
Hay una escena en I’m Not There (Todd Haynes, 2007), en el capítulo de Jude Quinn (el alter-ego de Bob Dylan que traiciona a su fanbase al volverse eléctrico), en donde éste desaparece y alguien pregunta dónde está. La respuesta es: “Oh, con John, Paul, George y Ringo”. Corte a: los cinco personajes aparecen muertos de risa, siendo perseguidos en cámara rápida por un grupo de adolescentes histéricas. Haynes le dio al clavo en su representación visual, en cuestión de segundos, de la Beatlemanía de 1964-65. Pero, claro, esa representación visual no hubiera existido sin A Hard Day’s Night, que estos días cumple 60 años de haberse lanzado. La película dirigida por Richard Lester es una cápsula del tiempo, una Polaroid de 90 minutos de lo que era estar en medio de esa locura en 1964. Pero vamos por partes.
Que los ídolos juveniles pop hicieran películas para potenciar su popularidad no era algo nuevo. Gran parte de la explosión inicial del Rocanrol, a mediados de los cincuenta, se debió a obras como Blackboard Jungle (1955), The Girl Can’t Help It (1956), y, por supuesto, los churros de Elvis Presley, quien, para el 64 ya prácticamente se empezaba a dedicar sólo a la producción de filmes de dudosa calidad. Salvo acaso la segunda de las mencionadas, en su mayoría, esas películas rara vez proponían algo interesante o resultaban novedosas. La mayoría tenía un humor bobalicón, o sólo ponían en evidencia las nulas dotes actorales de sus protagonistas músicos. Y es que nadie contaba con un Brian Epstein, listo para darle al público lo que no sabía que necesitaba. El mánager de los Beatles sabía lo que significaba que sus muchachos aparecieran en pantalla gigante: llegar a lugares a donde no podían tocar en vivo, hacerlos lucir por hora y media, sacar un nuevo disco y un nuevo sencillo como acompañamiento. Era la estrategia de marketing perfecta para el momento exacto en el que estaban. Claro que, cuidadoso como era, no iba a dejarle la chamba a quien fuera.
Richard Lester era un joven director de cine y TV americano que había logrado algo de éxito con The Running, Jumping & Standing Still Film (1959), por su asociación con Peter Sellers y sobre todo por haber logrado tender un puente entre la comedia norteamericana y la británica, cosa inaudita en la época. Alun Owen, un dramaturgo galés, venía del circuito teatral de la BBC y el West End londinense y había impresionado a los Beatles por su manera exacta de retratar los usos y costumbres de la sociedad liverpuliana en No Trams to Lime Street (1959). Lester y Owen habían ya trabajado juntos para la ITV y cuando se re-encontraron para la primera película de los Beatles supieron muy bien lo que tenían que hacer.
A Hard Day’s Night fue filmada en los lapsos que los Beatles tuvieron libres durante la primera gira por Estados Unidos y en los poquísimos ratos que se podían dar una escapada del estudio, en donde estaban trabajando, además, en las canciones que aparecerían en el filme. Por donde se vea, el producto es un milagro de la organización, del timing y de la química que había entre todos los lados participantes.
La película rompió todas las expectativas y desde el inicio dejó en claro que esto iba más allá del mero ardid promocional. La trama es relativamente sencilla: por razones que no se explican, los Beatles y su entourage tienen que cuidar al abuelo de Paul, mientras se preparan para aparecer en un especial de televisión. En el ínter, son perseguidos por hordas de fans, ensayan algunas canciones nuevas, viajan en tren, el abuelo se les desaparece y Ringo es arrestado faltando horas para la presentación. Filmada en blanco y negro, con cámara al hombro y técnicas de edición intrépidas y audaces, la naturalidad que transpira todo el tiempo hace que esto parezca más un documental que una obra de ficción. Un documental, eso sí, con sus buenos tonos de humor absurdo que anteceden a Monty Python por unos cinco años (el gag de la ventana del tren y la escena en la bañera son ejemplos bárbaros de la maravilla total que es esto). Los Beatles son unos naturales, entre ellos y con los demás actores. Por supuesto, gran parte se debe al inteligentísimo guión de Owen y su finísimo oído para captar el sentido del humor de cada uno, como cuando el reportero le pregunta a George: “Are you a rocker?” y éste le responde: “No, I’m a mocker”, por ejemplo, en franca alusión a lo absurdo que ya se empezaba a poner todo en la vida real. No es de a gratis que lo nominaran para Mejor Guión Original en los Óscares del año siguiente. O Ringo robándose el show y revelándose como el actor cómico en el que se convertiría para el final de la década.
El álbum que acompañó a la película no se queda atrás. La versión británica fue el primero enteramente compuesto por John y Paul, con 13 canciones que los muestran en el pico de sus poderes. Para ese momento, la influencia de Bob Dylan ya era más que notoria. Hay algo de Folk-Rock (“I Should Have Known Better”, “Things We Said Today”, “I’ll Be Back”), y un mucho del perfeccionamiento de las armonías marca de la casa de sus primeros dos discos (“If I Fell”, “Tell Me Why”). A mi parecer, este es el disco en el que se terminó de establecer el “sonido Beatle”. La canción homónima es algo aparte. Ese primer acorde ha intrigado y le ha roto la cabeza a intérpretes y críticos por parejo desde que sonó por primera vez en el verano de 1964. ¿Cómo lo lograron? ¿Cuántas guitarras hay ahí? ¿Por qué suena así de fuerte? Ese primer acorde fue la muestra de que, para ese momento, los Beatles ya estaban en su propia galaxia y nadie los alcanzaría.
La influencia de A Hard Day’s Night es notoria en I’m Not There, pero también en el cine del Nuevo Hollywood (Scorsese dice que en la escuela de cine los ponían a verla), en las tres películas de Monty Python, en la Nueva Ola Francesa de los sesentas y en incontables obras individuales. Esto es la Beatlemanía en su estado más puro.