We’re banging pots and pans:
30 años de Dirty de Sonic Youth
Por Ernesto Acosta Sandoval
Casi cualquier banda veterana que se hubiera querido subir al tren del Grunge a principios de los noventas hubiera sonado ridícula, como intentando sonar “para los chavos” o queriendo tener un éxito a fuerza. Pero Sonic Youth nunca ha sido “cualquier banda”. Sonic Youth, sin saberlo, se pasó su primera década de existencia inventando el sonido que dominaría los siguientes años el mainstream y del que, más bien, muchos otros se colgaron. Es por eso que Dirty, su séptimo álbum, resultó como algo natural. Suena ligeramente distinto a Daydream Nation y a Goo, pero es inequívocamente un álbum de Sonic Youth. Como si ese fuera el momento que habían estado esperando para saltar al centro de los reflectores, aunque, claro, no fuera su intención.
Dirty es, en esencia, un disco de Rock and Roll, sea lo que Thurston Moore, Kim Gordon, Lee Ranaldo y Steve Shelley entiendan por eso. Es un bloque sólido de una hora exacta de duración que destila melodías bien amarradas ocultas por distorsión, bajos que retumban y vician el ambiente, una batería que nunca da una nota falsa y letras oscuras recitadas por voces sugerentes (“100%”, “Drunken Butteryfly”, “Sugar Kane”, “On The Strip”). Es la manera que la banda neoyorquina tiene de decir: “A ver, esto, y no otra cosa, es el Grunge”. Incluso parecen estar aleccionando y poniendo a raya a Butch Vig en los controles, que para ese momento ya había sido presa de las críticas de Nirvana por el sonido que les dio en Nevermind el año anterior. El sonido en Dirty es crudo pero prístino y nada parece estar fuera de lugar, cada instrumento suena a lo que tiene que sonar (“Swimsuit Issue”, “Wish Fulfillment”, “Orange Rolls, Angel’s Spit”, “Youth Against Fascism”, “Purr”). El trabajo vocal también está más repartido entre Moore, Gordon y Ranaldo lo que hace que el disco, con todo, se sienta más relajado y menos experimental que los esfuerzos previos de la banda.
Siempre me ha quedado la impresión de que, a pesar de ser su segundo álbum en una disquera grande, Sonic Youth nunca tuvo la intención de ablandarse por completo y que más bien arrastraron su sonido de toda la vida con una actitud de: “Si les gusta bueno, y si no, ni modo”. Quizá me estoy aventurando demasiado al decir que si el mundo fuera más justo, éste sería el disco a tomar como la referencia de los primeros años del Grunge.
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