I’m gonna do what I want and I’m gonna get paid:
25 años de Bone Machine de Tom Waits
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
La primera vez que uno escucha la voz de Tom Waits sucede algo extraño. Sientes que estás escuchando a tu tío borracho cantando al final de la fiesta de Navidad de la familia y te invaden unas ligeras ganas de reírte. Luego, las canciones siguen avanzando y vas descubriendo que, primero, el cantante tiene matices, y segundo, que la risa que te estabas aguantando se convierte en admiración y sorpresa. De entrada, eso sí, no es fácil meterse con Waits y sí se necesitan varias repasadas para poder clavarse. Es como el primer trago de whiskey del día que te provoca escalofríos, pero que te provoca a querer seguir sorbiendo del vaso. Una vez que tu garganta se ha recubierto del licor, lo demás pasa con facilidad. El mismo efecto tienen la voz y la música de Tom Waits en tus oídos.
La carrera del músico se puede dividir en dos: la etapa bluesera, de crooner de bar de mala muerte y que va de Closing Time (1973) a, más o menos, Heartattack And Vine (1980). Esta etapa no es en absoluto mala y demostró las dotes compositoras de Waits en canciones que iban de lo crudo a lo tierno a lo absurdo, pero en un estilo un tanto convencional. A partir de Swordfishtrombones (1983) algo sucedió en la mente del cantante que nunca volvió a ser el mismo. Empezó a experimentar con instrumentos inusuales (en especial en lo percursivo), sus álbumes comenzaron a tener una cohesión operática, llevó su voz a extremos inusitados, y los personajes en sus canciones pasaron de ser los rechazados que esperan a la última ronda en algún bar olvidado, a los freaks que la sociedad se rehúsa a voltear a ver, además de tocar temas más abstractos y al mismo tiempo más existenciales. Bone Machine, el álbum que hoy nos atañe, el décimo en su carrera, ocupa un lugar central dentro de su discografía. Para hacerlo, Waits se deshizo de cualquier truco de producción posible: lo grabó en una pequeña habitación con piso de concreto, con instrumentación escasa, y, al parecer, un sólo micrófono, lo que le otorga un aire aterrador y estremecedor, pero de absoluta cercanía con el escucha. Juntó a Les Claypool y Brain de Primus, a Keith Richards y a David Hidalgo de Los Lobos y entregó varias de las mejores composiciones de su carrera. “A Little Rain”, “Who Are You”, “That Feel” y “I Don’t Wanna Grow Up” lo muestran en su faceta más tierna y dulce, pero “Such A Scream”, “The Earth Died Screaming“, “Goin’ Out West”, “Jesus Gonna Be Here” e “In The Colosseum” son el Waits más crudo y extraño que puede haber. Eso es lo fascinante del cantante y de un álbum como Bone Machine: la manera en la que alguien puede irse de un extremo a otro, de una canción a la siguiente, y no sentir que se está escuchando algo disparatado. O sí, pero en un buen sentido.
Si la voz de Tom Waits tiene el efecto de un trago de whiskey, como dije antes, Bone Machine es el hielo que le da un toque especial a la experiencia.
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