No music, no life: Russ Solomon
Por Ernesto Acosta Sandoval @erniesandoval_
A principios de 1998 yo tenía 13 años y un desdén absoluto por la secundaria. Sentía que lo que me estaban enseñando no me representaba ni me dejaba nada que pudiera aplicar a mi vida diaria o que tuviera algún impacto en mí. La escuela a la que iba estaba entre el metro Insurgentes y el metro Cuauhtémoc, en la frontera entre la colonia Juárez y la Roma, a unas cuadras de la Zona Rosa. Pronto descubrí que a cuatro cuadras de ahí había un lugar con luces de neón, pinturas de bandas y cantantes en la pared, con un letrero gigante amarillo con letras rojas que sólo decía TOWER. No recuerdo muy bien cuándo ni cómo fue la primera vez que entré por esas puertas de cristal, pero pronto esa tienda se volvió mi iglesia. Iba religiosamente cada fin de semana y pasaba horas revisando las interminables filas de discos del primer y segundo piso, Rock alternativo y Rock en español, respectivamente. No mucho tiempo después comencé a irme de pinta. Metódico como he sido siempre, destinaba dos días al mes entre semana para ir a este lugar enorme que parecía que nunca acababa. Además de pasar un rato buscando discos que, la mayoría de las veces, no podía comprar, me sentaba en los sillones que había en el entrepiso y hojeaba cómics y me acababa las revistas importadas de música que estaban en los anaqueles: NME, SPIN, Rolling Stone, Blender. De tanto pasar tiempo en Tower de la Zona Rosa, los empleados ya me conocían. Supongo que les llamaba la atención un niño gordito, con lentes de aviador y acné, en uniforme de Secundaria Pública que parecía que vivía ahí. Entre ellos, el chavo encargado de la sección de Alternativo fue con el que más contacto tuve. Tampoco tengo muy claro cómo empezamos a platicar, pero un día me dijo: “Mira, igual y estos te pueden gustar”. Sacó un disco recién llegado y lo puso en el sistema de audio de la tienda. Comenzó el bajo de “Debaser” de Pixies y el mundo se me abrió. Junté el dinero de dos semanas que me daban para el lunch y me compré el disco. Semanas después, cuando volví a ir, me preguntó qué me había parecido y me dijo: “Si te gustaron los Pixies, chance éste otro grupo también te guste. Son amigos de ellos y se parecen un poco”. Puso en mis manos LIMBO de Throwing Muses y mi vida ya no volvió a ser la misma. El tiempo pasó pero nunca dejé de ir al Tower Records que estaba en Niza hasta que lo cerraron a mediados de los 00s. Creo que los últimos discos que compré ahí fueron Elephant de los White Stripes y The Bootleg Series Vol: 6: Bob Dylan Live 1964, Concert At The Philharmonic Hall, cuando la industria discográfica empezaba a perder signos vitales gracias al advenimiento de Napster y los demás servicios de descarga. De esas últimas veces que entré a la tienda, el panorama era triste. Cada vez había menos gente, los empleados estaban matando moscas y ponían una cara que era una mezcla de extrañeza y alivio cuando alguien llegaba a la caja con al menos un CD.
Hoy falleció Russ Solomon a los 92 años. A finales de los cincuenta, este hombre tomó la empresa familiar, una farmacia que vendía discos de 45 RPM en Sacramento, California, y la convirtió en una aventura que durante cuarenta y tantos años le cambió la vida a millones de jóvenes en todo el mundo que lo único que tenían que hacer era poner un pie en alguna de sus tiendas para no sentirse solos. Un lugar en el que podías pasar horas conectado a unos audífonos y sentir que pertenecías. Podría hacer una pequeña biografía, un obituario en forma si se quiere, de este hombre. Pero no, sólo me queda agradecerle su legado porque hizo que un adolescente de 13 años, hace 20, supiera que aunque no fuera popular en la escuela, no importaba, había algo más allá afuera.