Time won’t save my soul: 10 años de Howl de Black Rebel Motorcycle Club
Por Ernesto Acosta Sandoval (@erniesandoval_)
Imagínate en un restaurante perdido en medio de la nada. La carretera, bajo el inclemente sol del suroeste de Estados Unidos, se extiende en ambas direcciones. Llevas varios días en el camino. No sabes qué es lo que estás buscando, ni tampoco sabes a dónde vas. No te queda mucho dinero porque todo lo has gastado en autobuses, en trenes y en comer una o dos veces al día. Sólo traes contigo una mochila en la que traes la muda de ropa exacta para una semana, ropa que lavas cada vez que encuentras una lavandería automática que cobra 25 centavos por carga. Te pasas la mano por la cara, deberías pedir el baño del lugar para pasarte un rastrillo. La mesera, cansada y harta, te pregunta si quieres más café. Asientes. El sol comienza a descender en el horizonte. Le preguntas si conoce algún hotel cercano donde puedas pasar la noche. Algo barato, de preferencia. Te responde que a unas dos millas hay un lugar que quizá te pueda acomodar. Luego de unos minutos, apuras el café que queda en la taza. Le dejas los dos dólares sobre la barra y te despides. Tomas tu mochila, te la llevas al hombro y sales del diner. Caminas en dirección a donde te indicó que quedaba el motel en cuestión. Dos millas. No es nada. Has caminado tanto en estos últimos meses que ya no te parece una distancia larga. Cuando llegas al motel, no hay nadie en la recepción. Tocas la campana que está sobre el mostrador. Unos instantes después el dueño del lugar aparece. Un hombre de unos cincuenta años, igual que la mesera del diner, tiene cara de hastío y cansancio. Usa una camiseta sin mangas, sudor seco en la cara y los sobacos. En uno de los brazos trae un tatuaje que indica que en algún momento de su vida sirvió para el ejército. Notas, recargada en una esquina, una escopeta. Tratas de ignorarla y le pides una habitación. El hombre gruñe, se agacha y cuando se incorpora, te entrega una llave. Te informa que la noche está en 18 dólares. Sacas tu cartera y le pagas 3 noches. Cuando le das el dinero, haces cuentas mentales. Quizá ahí se te estén yendo tus últimos sesenta dólares. Pero necesitas dormir. Ya luego te las arreglarás para comer algo o comprar cigarros. El hombre te indica donde está tu habitación: saliendo de la recepción, al final del corredor, la máquina de hielos está descompuesta y no hay servicio de desayuno (aunque el letrero luminoso de afuera del lugar dice que sí). Caminas hacia lo que será tu hogar los siguientes tres días. No esperas una suite de lujo, pero cuando entras a la habitación, el foco se funde y la cama parece que definitivamente ha pasado días mejores. Hay manchas de dudosa procedencia por todos lados. La televisión parece salida de cualquier década anterior a los setentas. Dejas la mochila en el suelo y caminas hacia el baño, cuya luz de neón servirá como la única iluminación de la habitación. Te sientas en la cama y te quitas las botas. Te acuestas. Recuerdas que en algún momento del día compraste unas cervezas. Alcanzas la mochila, sacas una botella, la abres y te mojas los labios. Lentamente sientes el líquido deslizarse por tu garganta. No lo notas, pero ya has caído dormido.
A todo esto suena Howl de Black Rebel Motorcycle Club.